— ¿Estas segura de ir tu sola?— Era una voz rasposa, envejecida, con un acento muy marcado, más no imposible de entender.
La joven castaña voltio animada a ver a la anciana que por quinta vez en menos de una hora preguntaba con aflicción lo que según ella había dejado más que claro. Entendía sus buenas intenciones, tendría sus razones para desconfiar del mundo, pero no podía quedarse a esperar mucho más, no cuando muchos necesitaban de ella, de sus servicios, después de todo esa era la única razón de permanecer en ese lugar.
Ayudar.
Viajo del otro lado del mundo a un país del que apenas y sabía un par de palabras de la lengua local con ese objetivo en mente.
— Señora, tranquila, estaré bien ¿No a sido usted la que me enseñó como moverme por estos lados? Mis compañeros me esperan no muy lejos, nada pasará.
— Lo sé, créeme que lo sé, pero desde la mañana crece en mi un mal presentimiento, Jerusalén es una ciudad Santa, más la gente que la habita... — Hizo una breve pausa, seguramente buscando las palabras más adecuadas o quizás solo buscando la mejor traducción que pudiera dar a mis oídos — Está bastante lejos de ese concepto, más ahora que el conflicto con los palestinos se intensificó, los soldados están cada vez más agresivos, las calles no son seguras, al menos déjame acompañarte
— ¿Y dejar desatendido el Hostal? Ni pensarlo — Agregó entre leves risas, tratando que su entusiasmo calmara a la mujer quien solo la observaba desde fuera de la habitación — Nada malo pasara, es un hecho, vine a ayudar, los soldados ya saben de nuestra labor y las personas no se atreven siquiera a vernos por temor a contagiarse — se puso finalmente su mochila, verificando en su mente que todo estuviera — Estate bien, quite esa cara.
— No intentes calmar a una mujer de mi edad, no lo lograrás, solo ten cuidado, no te confíes mucho
Y por favor, usa cubre bocas, será más fácil así, me dejas más tranquila — caraspeo con lo que seguramente era molestia, no podía estar segura, ya que su idioma natal parecía ser bastante fuerte y tendía a confundir ciertas expresiones, tomo mi mano entre las suyas con cuidado apretandola levemente ¿por que se sentía como un hasta siempre? — Ve ve, que Dios te acompañe y guíe tu camino mi niña.— Muchas gracias, espero así sea, nos veremos pronto.
— Si así Dios lo quiere...
Salí del hostal a toda prisa, girando mi cabeza solo un segundo para verlo por última vez, en mi creció una sensación entraña de nostalgia que no podía explicar. Era un edificio antiguo, tenia sentido pues nos encontrábamos en la parte vieja de la ciudad, pero cumplía a la perfección con lo básico, sumado al trato tan maternal que su dueña entregaba, le agradaba esa mujer, aun que lo mejor de ese lugar era la cercanía al campo de enfermos que atendía.
La epidemia que estaba azotando Jerusalén, más bien Israel y Palestina, se estaba volviendo un problema, al punto de no ser controlada a tiempo se volvería posiblemente en una alerta para sus países vecinos.
¿La enfermedad? Una variante de la Lepra. Una bastante más agresiva, que si bien respondía a los medicamentos y tratamientos que se les implementaba a los afectados, parecía decaer mucho más lento, provocando que un número preocupante de personas fuera afectada, trayendo consigo viejos estigmas de esa enfermedad, a ella personalmente no le preocupaba, había sido vacunada con anterioridad y su sistema inmune era bastante fuerte, por eso estaba ahí.
No pudo simplemente quedarse al margen, debía ayudar, aun cuando solo fuera en lo básico y eso era justo lo que estaba haciendo.
La vida era extraña, hace un año estaba planeando un viaje con fines similares, pero en un país diferente, mucho más empobrecido, con gente mucho más vulnerable, pero el destino la había guiado ahí, a Jerusalén, ¿quien podía saber que clases de situaciones le esperarían? Si bien no era médico, manejaba bastante bien algunos temas de la medicina y su campo laboral no estaba tan alejado de aquello, había estudiado por cuatro años la química de los medicamentos, sabía su composición hasta como hacerlos, su principal misión en aquella "cruzada" era administrar el tratamiento, guiando a su paso a los más desconocidos en el tema, puesto que si bien habían médicos eran un número muy reducido, sumado a que le habían enseñado primeros auxilios, se consideraba bastante preparada para socorrer a las personas que lo necesitarán.
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San Lázaro
Ficción históricaLuego de sentir en carne propia la muerte, Helena despierta completamente desorientada en lo que ella deduce es un hospital, asustada y aun con secuelas de su reciente ataque, decide quedarse para ayudar y pagar la deuda que tiene con los caballeros...