— Con que todo este tiempo fuiste tu...
Helena volteó la mirada con cuidado, viendo a unos cuatro metros de ella al hombre que le había instruido, dado consejo y quien le guió en todo su manejo militar y de las armas. Fausto, se mantenía apacible, tranquilo, sus ojos intensos permanecían clavados en los ajenos, con gran cuidado su mano descansaba en el mango de su espada envainada, la chica sabía que no sería un gran esfuerzo el matarla si intentaba escapar, la diferencia era obvia, contando la clara desventaja que ella poseía al estar desarmada. El nudo de su garganta se hizo más doloroso.
— Desde que llegaste a este lugar, no, desde que pisaste el cuarto del maestre, supe que había algo raro contigo...— Comentó en un sutil monólogo comenzando lentamente a caminar a un costado del pasillo, sin apartarle la vista — se lo dije, ese chico no me da buena espina, no tenía sentido que alguien por su propia voluntad entrara a San lázaro, pero aún así accedí a entrenarte, te eduque, te enseñe lo mejor que pude en apenas unos meses, aprendías muy rápido, aún más todo lo relacionado a la medicina todos decían que eras un maldito genio, me pareció raro que un chiquillo de apenas dieciocho años pudiera tener esa clase de conocimiento, pero no quise dudar, no quería desconfiar ya eras uno de los nuestros pero cada cosa en la que estabas involucrado tenía algo extraño... aún así Estuviste en los últimos momentos de muchos de los nuestros, sostuviste sus manos! ¡Te llamaron compañero, Yo te llame mi alumno! ¿¡COMO PUDISTE ELIJAH!? Como pudiste mentirnos tan descaradamente, ¡Casi juraste frente a Dios!
— No tuve opción...— Balbuceó mientras temblaba de miedo, incapaz de moverse, incapaz de apartar su vista, sintiendo la muerte en su nuca.
— ¡No me vengas con semejaste excusa! Tarde o temprano la verdad saldría a la luz, ¿En que pensabas? — Gritó acercándose cada vez más a ella — ¿Que no tendría consecuencias? ¿Que podrías irte así como si nada? ¡¿Como pudiste ser tan desvergonzada?! ¿Como es posible que juraras frente a nosotros, frente al maestre teniendo una mentira tan grande en tus manos?
— No te acerques más...— Demandó, siendo más bien una súplica que una orden, estaba asustada, las lágrimas adornaban sus ojos y el escozor de los mismo del le hacía más y más insoportable.
— ¡Di algo maldita sea! — Sus pasos eran fuertes, su andar se volvió más errático y violento, acercándose a ella con más rapidez, cortando la distancia abruptamente — ¿Que no me acerqué es todo lo que dirás? ¿No te justificarás, no intentarás remediar o decir algo?
Fausto no se controló, tampoco pensaba hacerlo, estaba molesto, frustrado pero por sobretodo decepcionado y dolido. Sostuvo los brazos de la fémina con odio, aprisionándola con fuerza entre los propios recibiendo nula resistencia de ella, solo el miedo reflejado en sus ojos desbordantes, lo cual no hacía más que encolerizarlo muchísimo, ¿Quien era la persona que tenía enfrente? ¿Que había pasado con Elijah? ¿Todo lo que vivieron era mentira?
¿Por que dolía tanto?
— ¿Por que lo hiciste? ... — Le susurro juntando sus frentes con efusividad, sintiendo como la joven se aferraba a sus brazos tratando de mantenerse firme — Esto no tiene perdón...tendremos que matarte, ¿siquiera entiendes el problema? ¿por que arriesgarte? ¡No lo entiendo!
— Suéltame, por favor suéltame ...— Sollozaba entre leves temblores, el que fue un chico fuerte y fornido ahora era una pequeña muñeca que se retorcía en las manos de un hombre más fuerte.
— Tengo que matarte Elijah...Tengo que hacerlo — Susurraba apretando aún más el cuerpo juvenil, llenando sus oídos con los quejidos de la misma. — ¡Las cosas no deberías terminar así!
La empujó lejos de él, estampándola en unos de los muros cercanos, provocando que la chica cayera al piso desorientada, soltando un alarido de dolor al sentir las piedras incrustarse en su espalda, el mundo por un momento quedó en silencio o eso le pareció, sintiendo un leve chirrido en sus oídos, más todo volvió a recobrar nitidez en cuando sintió nuevamente las manos del segundo tomando su túnica, tirándole nuevamente, con la única diferencia de que esta vez no sintió las piedras de la pared sino las del piso polvoriento junto a un peso sofocante en sus pulmones. Fausto le retenía afirmando una de sus rodillas en el centro de sus costillas, junto a una firme daga en su laringe.
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San Lázaro
Ficción históricaLuego de sentir en carne propia la muerte, Helena despierta completamente desorientada en lo que ella deduce es un hospital, asustada y aun con secuelas de su reciente ataque, decide quedarse para ayudar y pagar la deuda que tiene con los caballeros...