Su corazón latía con demasiada fuerza, sus manos sudaban en demasía y su temperatura corporal parecía no ponerse de acuerdo en si lo cocinaba vivo o lo mataba por los escalofríos y temblores que revolvían su cuerpo cada que escuchaba los pesados cascos de los caballos. Fausto miró por la pequeña "ventana" de su despacho una última vez el patio principal, todo parecía en orden, todos se mostraban calmados e incluso se atrevía a sospechar que animados, una que otra risa era audible entre el bullicio cotidiano del leprosario. Todo estaba en orden, todo parecía en su lugar, no debería preocuparse, más no podía abandonar ese sentimiento de intranquilidad combinado con una conocida añoranza que envolvían su corazón a la vez que su estómago. Estaba deseoso de que lo que se suponía pasaría hoy pasará de una buena vez. claramente estaban sus propias motivaciones personales que no lo habían dejado dormir bien durante un par de noches, la imagen de unos ojos verdes esmeralda lo atormentaban hasta en sus sueños más personales, olvidaba ya la cantidad de veces que había visitado el confesionario de la capilla. Solo deseaba que ese día transcurriera con rapidez, que terminara y es su defecto pudiera, si Dios se lo permitía inundar sus pupilas con la belleza que ya tantas veces le había robado el aliento.
Helena...
Su simple nombre le estremecía todo el cuerpo, cuanto deseaba verle, en su propio egoísmo no se atrevía a desear más que apenas divisarla, no podía concebir siquiera que sus manos la rozaran, que sus labios le besaran y su pasión la envolviera, no, siquiera se atrevía a imaginarlo, no era correcto.
— Si solo pudiera...— balbuceó estirando casi por inercia sus mano al vacío que se encontraba tras la ventana.
— ¿Si solo pudieras que? — Le interrumpió una voz ya demasiado conocida.
— Nada — se aclaró la garganta, volviendo en si finalmente, su semblante se endureció y su cuerpo se enderezó con una naturalidad escalofriante — ¿Ya está todo listo, Allard?
— Todo tal cual me pediste que estuviera, los pacientes han sido informados, sus cuidadores ya designados, todo el leprosario está impecable e intachable, tanto sus pisos como cada miembro que lo conforma — Informó con lujo de detalle, manteniendo su respeto y su rango por el momento bien marcado, ciertamente algo raro considerando la gran naturalidad que entre ellos se habían impuesto — ...todo con demasiado detalle, hasta el más milimétrico inconveniente ha sido previsto, si me preguntas son demasiadas molestias para recibir a uno de los nuestros.
— Ella ya no es parte de la orden — Aclaró enseguida, tomando asiento por un momento, frotándose el puente de su nariz con cansancio por aquel comentario ya tan repetido en la semana, estaba seguro que lo había corregido al menos unas cien veces, pero sus hombres, en especial el que tenia enfrente no parecían escucharle.
— Bueno...si — admitió ya relajándose un poco mientras cerraba la puerta tras de sí, para poder hablar con más libertad — pero vamos, ambos hicimos que esa chiquilla limpiara las letrinas del leprosario más de una vez, no creo que le espante ver su antigua casa, podrá vivir en el castillo pero...
— No es por ella que hago todo esto — aclaró enseguida — Se perfectamente que la única razón para venir aquí es hablar con el maestre, pero no viene sola, sino con su majestad y no podemos arriesgarnos, antes pudimos tener su favor, pero el ya no es uno de nosotros, el se curo de la lepra, no sabemos cómo será su postura de ahora en más, ni mucho menos a las comodidades que está acostumbrado.
— Yo también me curé, tu nunca la has portado y ninguno de los dos ha cambiado su parecer ¿por que lo haría el? — cuestionó con un ligera molestia naciendo de su estómago.
— No digo que lo haga, es un hombre de palabra y muy Justo, no por nada es el rey que le ha entregado más paz a Jerusalén desde su fundación — recalcó, mostrando seriedad y gran templanza en su voz, hasta juraría ligera admiración — pero mi trabajo como segundo es prever todo lo que los demás no son capaces.
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San Lázaro
Historical FictionLuego de sentir en carne propia la muerte, Helena despierta completamente desorientada en lo que ella deduce es un hospital, asustada y aun con secuelas de su reciente ataque, decide quedarse para ayudar y pagar la deuda que tiene con los caballeros...