3.

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Pete parecía sorprendentemente enajenado. Su psique ingresó en un extraño autosabotaje en el que se desprendió de prejuicios y posibles voces de precaución que le alertaran y le hicieran salir de ahí antes de que fuera tarde.


Bien pudieran estarle diciendo la verdad. Su deber en esos momentos era comprobar qué tan cierto era el respeto que se le daría si optaba por ignorar al desquiciado que prácticamente lo llevó a la fuerza a su mansión. ¿Y si ponía un pie fuera de la habitación sin siquiera haber tocado la ropa elegida exclusivamente para él? ¿Y si abandonaba esa enorme casa sin darse tiempo de mirar atrás por última vez? ¿Qué ocurriría? ¿Realmente le permitirían alejarse sin hacer el mínimo intento de retenerlo?


Claro que la curiosidad sobre ello estaba presente. Sin embargo, para quien ha vivido gran parte de su vida entre harapos y comida barata, entre duchas heladas y colchones malogrados por los años, encontrarse con tanto lujo también podía implicar tentación hasta volverle un demente que perdiera la noción del tiempo y se dejara arrastrar cual presa en el bosque olfateando manjares en mitad de la nada.


Pete era eso.


Un ser provocado por sus padecimientos. Colocado en la cima de una montaña bañada en oro a la que, hasta hace unos días, sabía que nunca tendría acceso porque ni siquiera la creía existente dentro de su mundo.


Así, embriagado por las vicisitudes, dejó que sus pies y su egoísmo que pocas veces relucía entre los atisbos de una personalidad contenida lo condujeran hacia el baño de lo que creía un apartamento dadas las dimensiones y la composición de sus interiores. A medida que se desplazaba por la habitación sus prendas desgastadas iban desapareciendo. Dejando un rastro de telas en el cual Pete no quiso ni inmutarse por el posible desastre a su paso.


Al llegar, por fin se supo totalmente desnudo. Expuesto por el espejo de grandes proporciones que adornaba la pared frontal del cuarto de baño. Enorme. Incluso ese sitio le pareció fascinante.


Los almendrados ojos del hombre no paraban de maravillarse. Su propio cuerpo hormigueaba sin importarle las circunstancias. Entre la excitación y el ímpetu por conocer más de lo que fácilmente entraba en sus parámetros de un 'palacio'.


Cerró la puerta con un delicado empujón. Sólo que ésta no alcanzó a llegar al fondo por la falta de fuerza utilizada. Rozó con el marco. Quedó una rendija discreta.


Estando ahí, el último de los artefactos que el chofer apartó de su cuerpo fue la gorra. Los cabellos se le deslizaron al frente algo desordenados y quizá un poco sucios por la acumulación de sudor desprendido durante el día. Su aspecto fue lo de menos.


Pete no quiso mirar su reflejo.


La gorra descendió por entre sus dedos justo cuando él levantó el pie para subirse al borde que lo conducía a la tina redonda y espaciosa. Acarició uno de los márgenes envueltos en mármol.


¿Ese tal Vegas se enojaría si lo hacía esperar de más?


Es que fue imposible oponerse. Apenas vio la tremenda bañera que esperaba a por él se volvió tan endeble que una sonrisa torpe abarcó sus labios.


Carpe Diem [VegasPete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora