11.

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—Por favor —jadeó Pete con las manos aferradas a una de las tantas lavadoras en el lugar—. Alguien puede entrar —susurró en un tono de suplica mientras intentaba mirar por encima de su hombro.


Vegas, no obstante, experimentó un impulso desesperado para obtener más de esos ruegos que, al mismo tiempo, eran rechazados. Fue contundente el efecto. Pues a la par en que besaba la espalda descubierta de Pete le abría los glúteos para colar la dureza de su erección en aquel interior que, a pesar de los rechazos, le recibía con gusto.


—Mierda —gruñó Pete antes de apretar los dientes como respuesta a las embestidas que desde el inicio manifestaban un hambre y una desesperación propias de quien lo estuvo añorando todo el día—. ¿No tienes vergüenza alguna, acaso? —le atacó avergonzado hasta los cojones, aunque también curiosamente impulsado por un extraño deseo que se desencadenaba ante la idea de tener sexo en un sitio tan poco probable como lo era el cuarto de lavado.


Adrenalina.


Pete era sometido de pie. Con el torso inclinado casi a noventa grados excepto por las veces en las que Vegas tiraba de sus cabellos para hacerle levantar la cabeza y así tener mejor acceso ya sea a su boca o a su cuello.


—No. No la tengo —dicho esto tomó una de las piernas de Pete e hizo que la subiera a la lavadora. Con ello la cavidad anal quedó más expuesta dándole así la libertad de mirar esa pequeña cintura que luego expandía la parte baja de su cuerpo en un ángulo de placenteras vulnerabilidades. Coló la otra mano por el costado contrario y lo tomó del pene para estimularlo. Por cada embestida una agitación en su mano—. Mira eso —sonrió Vegas bajando la vista hacia el trasero de Pete. Deleitándose con la imagen de sí mismo apareciendo y desapareciendo del orificio—. Me succionas como si te opusieras a dejarme salir —bruscamente le atrapó por la barbilla. Lo hizo voltear. Le lamió un costado de la mejilla—. ¿Tanto así me deseas? —.


—Idiota —jadeó Pete intentando sostenerse bien. Pues a pesar de sus inesperados rechazos el cuerpo le respondía por sí solo. Aferrándose a todo con tal de que Vegas se hundiera en él las veces que quisiera. El único problema, tal vez, era que la pierna sobre la que el chofer se equilibraba empezaba a fallarle. Esto le hizo sollozar dejando su cabeza apoyada en la base de la lavadora.


Vegas se inclinó de igual manera cuando su pelvis no quiso dar tregua alguna. Se agitó más y más duro hasta que el sonido de ambas pieles chocaba continuamente entre chasquidos secos que eran acompañados por los gemidos ahogados de Pete. Quien se negó a ceder desde el inicio. No quiso ser ruidoso.


¡Por dios! Cualquiera podría escucharlos en ese sitio. Y sinceramente todavía no entendía cómo se dejó arrastrar por Vegas luego de que lo descubriera en la cocina. Algo debió despertársele al hombre para quererlo desvestir prácticamente desde que atravesaron el pasillo.


Sería porque no se vieron en todo el día, como consideraba Pete. O porque fue sencillo para Vegas imaginarlo usando nada más un delantal en la cocina que lo invitara a probarle la entrepierna montado en el mismo sitio donde estuvo la verdura que el chico rebanó perfectamente.


Los escenarios en su cabeza daban para mucho.


Carpe Diem [VegasPete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora