6.

2.8K 332 118
                                    


—¡Mierda, Vegas! —se escuchó con tal antipatía que Pete por un momento tuvo temor de que la puerta fuera realmente derribada por tantos golpes que resonaban en el estudio—. ¡Abre de una maldita vez! ¡Merecemos una explicación! ¡Estás actuando como un completo tonto! —.


Pero el otro no se inmutaba siquiera a pesar de que la manija se agitaba en el desesperado intento por forzar la cerradura. La voz de la mujer que aparentemente era la de mayor edad entre los presentes a la reunión demostraba una exasperación contundente.


Como si de verdad estuviese decidida a encarar las majaderías del hombre que tranquilamente sostenía su taza de café para sorber sin apartar los ojos de varios documentos acomodados a lo largo de la mesa.


Tan rutinario el asunto.


—El café colombiano es una maravilla —exclamó Vegas sin apartar la mirada de las líneas entre sus papeles. Afuera la revolución de susurros se contraponía con las quejas de la señora. No obstante, el culpable pecaba de indiferente—. Deberías probarlo —agregó depositando a ciegas la taza lejos de su documentación.


Acomodó sus lentes sosteniendo el borde de los cristales por un costado.


Pete tenía una sensación asfixiante situada en el centro del estómago. Su tez reflejaba un aire fantasmal propio de quien se encuentra a un paso de perder la razón. Aun si su respirar era mucho más tranquilo de cuando Vegas lo arrastró hacia el despacho recién terminada la lectura del testamento, todavía estaba en él la adrenalina y el ataque nervioso por la completa descontextualización de los hechos.


¿Quién era Vegas? ¿Qué pretendía montando semejante circo? Y, más aún, ¿por qué usarlo como conejillo de indias? No sólo estaba claro que los familiares de éste casi saltan sobre él para ejercer un reclamo. Sino que el mismo Pete vio el peligro corriendo por sus venas dado que casi pudieron haberlo estrangulado por mero desquite. Lo leyó en los ojos de cada uno.


Molesto. Embrollado. Desesperado.


Y Vegas seguía sin hablar. Sin mostrar inquietud alguna por los reproches y maldiciones que la mujer le daba a través de la puerta. No poseía ni una expresión de irritación ante ello.


El sujeto de raros procederes bebía su taza de café y se mordisqueaba el labio de vez en cuando como muestra de su concentración natural a las cuestiones del trabajo.


Repentinamente las quejas cesaron. Pete logró respirar tranquilamente. A él no podía evadirlo de esa forma, ¿cierto?


—¿No piensas sentarte? —dijo Vegas sin necesidad de mirarle. Sabiendo que, desde que entraron, Pete permaneció a unos metros del escritorio observándolo con el ímpetu meticuloso de quien tiene un monstruo al acecho. El caníbal que está a nada de cazar al extranjero.


—¿Qué es todo esto? —habló Pete sin rodeos. Eso sí, calibrando su paciencia para no caer en actitudes tan bruscas como las de las personas fuera del estudio.


—Aquí suelo trabajar cuando no tengo ganas de salir —Vegas se retiró los lentes. Empujó su silla de gran tamaño hacia atrás, se levantó y caminó rumbo a la mesa pegada a la ventana. Con una mano atrapó la cafetera que despedía el delicioso aroma esparcido por todo el lugar. Con la otra, sostuvo el borde de una nueva taza que llenó casi hasta el tope—. ¿Azúcar? —le dio un vistazo al desatolondrado muchacho.

Carpe Diem [VegasPete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora