15.

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—También agregue un poco de crema de avellana, por favor. Las tartas de piña, las galletas y... —Dao despegó los ojos de la carta de menú. Se encontró con la expresión recelosa de Pete. Su rostro permanecía casi cubierto por unos cuantos mechones de cabello, así como por el techo de la gorra que se oponía a la formalidad y etiqueta del ambiente. De no ser porque Dao estaba a su lado Pete estaba seguro de que lo sacarían a patadas de ese lugar en la primera oportunidad. Resulta que, en sitios como esos, para comer también es importante lo que vistes y calzas—. ¿Pete? ¿Algo más que desees? —.


—No tengo apetito —repitió por tercera vez desde que llegaron.


—Que sea exactamente lo mismo —le ignoró Dao al dirigirse al mesero con una sonrisa calurosa. En medio de una reverencia pequeña el sujeto se retiró para por fin dejarlos solos.


—La especialidad aquí son las tartas. Verás que van a encantarte. Mi madre y yo acostumbramos a venir cuando... —.


—Di lo que tengas que decirme de una vez. Sin rodeos —prorrumpió Pete sin un mínimo atisbo de cortesía. Al menos algo bueno pudo sacar de Vegas en el corto tiempo que estuvieron juntos. No bajar la mirada. No dejarse humillar y menos por seres tan pretenciosos como el que tenía al frente.


La postura de Dao y su expresión se debilitaron. Parecía bajar la guardia agregando incluso un suspiro entristecido que le borró la sonrisa.


No dijo nada de momento.


Eso le dio el tiempo perfecto a Pete para analizarlo desde su posición.


Lo revisó del torso hacia arriba pues era lo único visible por la colocación de la mesa. Y se dio cuenta de que sus celos al pensarlo con Vegas estaban mezclados con un sentimiento complicado.


Había una suerte de envidia que no conseguía revelar del todo.


Porque, teniéndolo así, Pete no envidiaba sus ropas costosas o sus manos tan cuidadas, mucho menos la forma de su cabello que a leguas parecía trabajada por manos profesionales. Ni el reloj de marca, ni el collar bañado en plata, ni los anillos discretos que contorneaban sus dedos a juego con la indumentaria.


No envidiaba los modos educados que tenía para sentarse o para hablar con la gente. Las sonrisas o los gestos. Los tonos tersos de sus peticiones.


No.


Pete no anhelaba nada de lo que tenía en frente.


El motivo principal de sus desprecios era saber que Dao tuvo a su favor más tiempo para conocer a Vegas y él no.


¿Cómo ir en contra de algo así?


A Pete sólo se le obsequió un mes en manos de ese sujeto desvergonzado mientras que Dao seguramente presumía de años. Quizá estaba al tanto de sus costumbres no sólo dentro de la cama, sino fuera de ella. Sobre lo que le gustaba o no comer. Sobre sus sitios preferidos. Sus programas favoritos. Sus lecturas repetidas que le sacaban siempre una sonrisa. O las que detestaba por simples y vanas. Seguro sabía que había en el armario de Vegas o cómo gustaba de combinar sus prendas. Si un lado para acomodar sus cabellos le gustaba más que otro o si prefería un nudo de la corbata más discreto que el común.

Carpe Diem [VegasPete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora