12.

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La convivencia, a pesar de iniciar de la forma menos amistosa para un par de extraños, fue mejorando conforme transcurrían los días en los que, sin querer, llegaron al mes de vivir relativamente juntos.


Hubo un entendimiento sofisticado que abrió las puertas a contactos y diálogos que no siempre terminaban en el acto sexual.


Pete y Vegas disfrutaban de las tardes de plática junto a la chimenea en las que al primero le satisfacía bastante escuchar sobre las peculiaridades del negocio que mantenía ocupado al hombre que de un día para otro tomó sitio como su protector.


Curiosamente les bastaba el periodo asignado para llevar a cabo todos los planes que se presentaran en el camino. Así, cada tercer día visitaban la fábrica que requería de jornadas tediosas, pero también llegaban con minutos de sobra a sus cenas que prolongaban la sobremesa hasta la medianoche donde Pete resolvía las dudas generadas en el transcurso de los recorridos.


Bebían una copa de vino dulce sentados en sus respectivos sillones con alguna serie de fondo reproduciéndose para acompañar a los silencios alargados. Y ya entrada la noche era Pete quien buscaba otro tipo de calores que sólo encontraba cuando se sentaba en el regazo de Vegas para pedirle que lo tocara de una vez por toda.


Vegas solía incitar bastante al taxista retirado.


Siempre lo ponía a temblar entre la línea de lo que debía o no hacer en lugares públicos. Así, durante el día las provocaciones no paraban. Vegas le sostenía los dedos deslizando en roces que le despertaban cosquilleos. Le hablaba al oído acariciando las orillas de su oreja o le besaba la mejilla deslizando primero la punta de su nariz por la curva del cuello hasta conectar con el pómulo.


Era, en pocas palabras, un seductor innato que se deleitaba con los jugueteos a plena luz del espectador.


Lo trasladaba al límite.


Lo arrojaba a un sitio sin retorno del que Pete casi nunca consiguió escapar.


Como aquella vez que, a mitad de la cena, se levantó de su asiento y se desnudó sin ponerse a pensar en la presencia de un intruso. La enajenación del muchacho continuaba latente. Esa que le arrojaba al barranco del erotismo en el que cada acción realizada por Vegas era una justificación a los deseos más bajos de su naturaleza.


Los que le daban el valor de colarse a gatas por el suelo para atragantarse con la dureza de Vegas.


Los que le suplicaban masturbarse sobre el escritorio mientras el hombre lo analizaba al sostener una taza de café con las dos manos como si el espectáculo que se le ofrecía mereciera más calor en la bebida del que su sola anatomía supuraba sólo con ver que Pete se metía los dedos húmedos en el rosado punto.


Muy ocasionalmente Vegas sentía que estaba perdiendo cualquier posible batalla que estuviere intentando ganar contra su futuro heredero.


¿Cómo podían vivir bajo el mismo techo sin que él quisiera arrojarse a lamerle el trasero cada vez que Pete salía de la ducha aún con los restos de agua resbalando por sus piernas y brazos?

Carpe Diem [VegasPete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora