Iluminados por la única lámpara encendida en la habitación. Sus sombras se reflejaban en el muro contrario; a veces daba la impresión de que se trataba de un mismo ente. Conectados por el respectivo puente de sus toques involuntarios o intencionados.
De igual forma, el contraste de la oscuridad con el tono cálido del foco que se expandía desde la esquina hacia los costados destellaba una inusual presencia de intimidad en la que los dos hombres, a pesar del silencio, posicionaban su sentir en un mismo límite. Empáticos. Sensibles. Dóciles.
A Vegas le correspondía la posición arrodillada en la base negruzca de la cama. Sostenía la pierna desnuda de Pete y con dos dedos esparcía la pomada medicinal en círculos cortos y pausados que descendían por el resto del rasguño y las marcas amoratadas. Pete todavía no se explicaba cómo resultó herido en ese lugar.
Pensándolo bien, no recordaba cómo su cuerpo se vio tan afectado. Su mente quería bloquear las últimas imágenes que tuvo de su padre. Sólo de vez en cuando los flasheos de consciencia le hacían recuperar iconografías esporádicas y azarosas en las que se proyectaba un puño, una mueca, un pie o unos dientes apretados de quien le violentó hasta quedarse sin fuerzas.
Sin contar la actual, ¿cuándo fue la última vez que papá le castigó de esa manera? Cierto. Sucedió tras la noticia de Hansa. Específicamente, al negarse sobre la paternidad de un bebé que rompía con todas sus posibilidades para alguna vez superarse. La idea de concluir sus estudios, de volver a la comodidad y la calma de la región de donde era originario quedaron sepultados más rápido de lo que se hubiese propuesto.
Ser padre era como decir que su vida llegó a su fin. Pete nunca consideró la posibilidad de formar una familia. Muchos le decían egoísta. Lo cierto es que creía innecesaria la implementación de apegos y dependencias para algo o alguien que, probablemente, en algún momento le abandonaría (igual que mamá) o lo heriría (como papá).
Emocionalmente se sentía incapaz de llegar a tanto. Si su destino era quedarse varado en un universo que estaba listo para tenerlo en el suelo todo el tiempo prefería sobrellevarlo solo. Ver los escasos amaneceres de esperanza sin sentirse comprometido para compartirlo con otro más sonaba mejor que obligarse a repartir lo poco que conservaba en un par de manos por las que todavía se resistía a formar un vínculo.
Pete no creía su vida tan trágica como de vez en cuando lo parecía. Había de todo. Lapsos de padecimiento. Instantes de felicidad. Como aquella vez que recibió un dinero extra de dos viejecillos que le agradecieron el viaje hasta el hospital para sus respectivas citas médicas. La paga fue suficiente para comer bien por tres días, así que no tuvo que preocuparse de más al iniciar sus jornadas nocturnas en el taxi.
Sencillo, quizá. Sin embargo, para Pete esos eran los días felices. Los que llegaban de repente para salvarle del estrés y la presión cotidianas. Los que le hacían ver que su suerte no estaba tan hundida. Y que aún quedaban seres bondadosos capaces de sacarle una sonrisa o una carcajada.
Luego las jornadas malas volvían. Esta era una de esas. Y no le quedaba más remedio que bajar la cabeza para recibirlas. Eso sí, sin darse por vencido. La cuestión es que últimamente Pete se sentía más cansado. No sabía si era porque todo se le estaba juntando o porque, por primera vez, quería compartir su agotamiento con alguien para hacerlo más liviano.
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Carpe Diem [VegasPete]
FanfictionA Pete la suerte nunca le sonrió. Condenado a abandonar sueños y metas por sus escasos recursos decide tomar el puesto de su viejo padre como un simple taxista de medio tiempo a quien el destino relega a la tediosa rutina. Hasta que, en una madruga...