4.

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Estando en los brazos de Vegas lo primero que notó fue cómo su cuerpo dejaba de obedecerle para ponerse a merced de quien no parecía tímido al explorar por los sitios de su indefensa anatomía.


Por ello, con la misma rudeza con la que sus labios fueron invadidos, Pete azotó la puerta a sus espaldas y retrocedió hasta tropezar con el filo del colchón tras haberse fugado. Llevaba el rostro coloreado por la palidez que delataba su pasmo relegándolo a una actitud escapista en la que no pretendía obsequiar su decencia con tanta facilidad.


Pues sí, por muy necesitado que se supiera una parte de él continuaba entre la terquedad de la razón que se interponía a sus caprichos más bajos.


En cuanto vio la oportunidad perfecta para huir su cabeza reaccionó. Más aún dado el contacto con la dureza de un falo que no era el suyo. Mismo que se frotó contra él esperando provocarle algún tipo de efecto.


Incluso considerando a Hansa no recordaba gozar de alguna debilidad de corte sexual en la que se viera a sí mismo recurriendo a todo tipo de artimañas con tal saciar sus ganas en un acostón. También en ello estaba implícita su precaución. La última vez que estuvo en la cama de alguien ni siquiera recordaba haber trasgredido su pudor. No obstante, pagaba caro los olvidos y la inconsciencia del momento.


Y tal vez por ello la idea del sexo se volvió algo terriblemente insípido para él. Un tema amenazante y sucio que lo podía posicionar al filo del acantilado nuevamente para hacerlo más desdichado en caso de descuidarse.


Las personas como Pete a veces no tenían derecho a experimentar excitación.


Vivían tan entregadas a su sentido de supervivencia que suponer un desgaste físico tan extenuante como revolcarse en la cama de alguien les resultaba molesto por significar el desperdicio de valiosas horas de sueño. O porque las ganas se fugaban al extremo en el que sus mentes estaban programadas única y exclusivamente para el trabajo.


Pete era reservado en ello.


Decía que había momento para todo. Lo fatídico de sus ideas era que, a tan temprana edad, presentaba una resignación estúpida en la que mantenía los escrúpulos de un viejo de sesenta años cuando de placeres carnales se trataba.


Sin embargo, Vegas llegaba como la paradoja de sus principios.


Supo de qué manera juguetear con el cuerpo para tentarlo. Para hacerle ver que existían otros caminos para conocerse mutuamente mucho antes de decir sus respectivos nombres. Y que, extraño o no, tenía la capacidad de desnudar a una persona no sólo con las artimañas de sus vivarachos dedos, sino con la seducción psicológica que llevaba al otro a abrirse ante él sin oportunidad a rechazos o evasiones.


A pesar de ello, consiguió huir.


Por ahora.


Con los labios ligeramente enrojecidos y la bragueta de su pantalón abierta Pete se pasó las dos manos por la cabeza a punto de explotar de estrés. Estaba hecho un desastre. Debía volver a casa. Necesitaba el encontronazo con su propia realidad antes de que terminara arrodillándose frente a la dureza de Vegas que fue restregada contra su propia entrepierna. Trató de cerrarse el pantalón notando hasta ese momento lo tembloroso de sus manos.

Carpe Diem [VegasPete]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora