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┇Adele Harrison┇
Horas antes...
Bebí un sorbo de la copa de vino y me di el lujo de observar a las chicas, cada una de ellas tenía una sonrisa de oreja a oreja decorando sus rostros feminos. Yelena estaba a mi lado, sus orbes oscuros brillaban de emoción y todo eso se debía a la colección de discos de vinilo en la caja, era una coleccionista, amante de la música clásica.
Sasha le mostraba algunos trucos a Mikasa quién parecía estar más atenta a su trozo de pizza que a la chica en cuestión. Hange estaba muerta en el sofá con una bolsa de gel en la frente, pobre, trabajo mucho. Mientras que Annie bebía vino y sin otra opción, escuchaba a Bola 9 hablar y hablar sin parar de tonterías.
Todas esas actitudes se debían a la liberación de estrés, cada una estaba relajada a su modo. Fue como si hubieran retirado 3 toneladas de acero de sus hombros. Merecían un descanso, tal vez. Sin embargo... esto aún no terminaba.
Y todas ellas, lo descubrieron en cuanto las puertas se abrieron de par en par y una rubia de vestido oscuro y tacones altos ingreso a la sala con cara de asco.
—Todas se van a ir a la mierda— exclamó sin una pizca de diversión en su rostro. Sus orbes azules miraron el espacio curiosos inspeccionando cada rincón caminando con total seguridad— ¿Qué es este lugar? Debe ser difícil de calentar.
Annie se puso de pie, Mikasa golpeó a Hange para despertarla y Bola 9 casi se atraganta con su trozo de pizza. Todas ellas, confundidas y sorprendidas por la repentina llegada de la rubia.
Historia Reiss, llegó a nuestro "hogar".
—¡Disculpa! Estas invadiendo— gruñó Annie cuando la contraria ocupo el espacio vacío a su lado.
Deje la copa y Yelena los discos de vinilo. ¿Qué? ¿Pensaron que el robo sería todo?
—No, nosotras la llamamos — aclaro la rubia a mi lado acercándose al lugar donde se encontraban todas.
—¿Ustedes la llamaron?— cuestionó Annie con el rostro serio y el infierno encendido en sus azules.
Suspire y me detuve frente a una mesita que decoraban la sala, metí una mano a mi bolsillo y con la otra sujete el borde de la mesa usándola como soporte, después de todo, sería largo explicar lo que ocurría.
—Hace una semana nos dimos cuenta de que la señorita Reiss-
—No era una completa idiota— interrumpió molesta, rodé los ojos y decidí continuar.