La realidad que se esconde tras los sueños

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La fuente continuó manando como si no hubiese escuchado su pregunta, y, con el transcurrir de los minutos, Aetheerok se dio por vencida, y se limitó a observarla. Era hermosa, pero había algo oscuro en ella. Quizá no exactamente oscuro, pero sí retorcido: algo no funcionaba bien en ese lugar, y esa fuente no era más que una manifestación de ello.

Retrocedió unos pasos, hasta la zona seca, y se tiró al suelo. Estaba agotada, aunque el día apenas acababa de comenzar, y sentía un profundo peso en sus hombros que parecía tirar de ella hacia abajo. No estaba del todo cómoda en el suelo, porque había algo en la hierba desteñida que parecía vibrar, pero se consoló a sí misma diciéndose que nada peor de lo que ya había sucedido en las últimas veinticuatro horas podría acontecer en los siguientes minutos. Su mirada se perdió en el cielo azulado, y enterró las yemas de sus dedos entre las plantas del suelo, inspirando en profundidad. Se concentró solo en sentir, en percibir aquello que acontecía a su alrededor, y, guardando absoluto silencio, no tardó en encontrarlo: era la voz del bosque.

La escuchó con calma, tratando de entenderla en vez de temerla, y percibió su rabia, pero, por encima de todo, su dolor. Era un grito de auxilio.

—¿Qué te pasa para estar así, tan lleno de odio...? —preguntó de nuevo a todo el entorno natural que la rodeaba, tratando honestamente de encontrar una respuesta— , ¿y cómo puedo yo ayudarte?

Una nueva emoción logró alcanzarla, procedente del sigiloso espacio: era una tristeza tan honda que partió su corazón en dos. Aetheerok se quedó sin palabras, y permitió que el sentimiento la atravesase como un rayo, para notarlo en su plenitud, reteniéndolo por unos instantes entre las puntas de sus dedos antes de liberarlo y dejarlo marchar para siempre.

Era esa tristeza la que había liberado el lado más oscuro del bosque, la que clamaba por más muerte, por más sangre... Llevándose las manos a la cabeza tras cubrirse los ojos, Aetheerok se devanó para encontrar una vía de escape que le permitiese ayudarlo. Pero eso requería seguir conectando con él, seguir escuchando sin juicios predeterminados. Hundió más profundamente los dedos y cerró los ojos. Su cuerpo no estaba en calma, ya que seguía en alerta, pero se esforzó en fundirse al máximo posible con la naturaleza del lugar, porque entendía que solo abriéndose a ella y permitiéndole que hiciese pasar su energía por ella sería capaz de crear un impacto en la situación.

Decepción. Frustración. Enfado. Tres nuevas emociones cuya causa seguía desconociendo. Apretó los ojos, ya cerrados, y notó cómo sus uñas se clavaban con más intensidad en el suelo, mientras ella se dejaba ir más y más, consiguiendo así llegar al punto que se necesitaba. Y apenas unos minutos después llegó a comprenderlo.

—Es solo porque estás sufriendo muchísimo. Necesitas ayuda y esta es tu forma de pedirla: destrozar todo a tu alrededor para demostrarte a ti misma que no eres buena y mereces el mal que has recibido, y que debes seguir pasándolo y haciéndolo circular por el mundo. Solo quieres un cambio, y sigues sin entender que tú eres el único que existe en el mundo...

Aetheerok estaba en trance, y eso le impidió siquiera entender bien lo que ella misma estaba diciendo, ni por qué hablaba en femenino. Aún con los ojos cerrados, se sacudió en ese leve estado profundo, y trató de despertar, pero antes de poder hacerlo, unos finos brazos blanquecinos emergieron de la tierra y envolvieron su busto, pareciendo tirar de ella bajo tierra de nuevo. Ella sintió que gritaba, pero no estaba completamente segura de si en la realidad algún sonido había llegado a escapar de su boca.

Estaba perdida... La fuerza de los brazos era superior a toda la que ella tenía en su cuerpo, y tiraba de ella con demencia, tratando de ahogarla una vez más.

—¡Suéltame! —gritó, retorciéndose entre ellos, tratando de liberarse, y, tras dar un par de sacudidas más, lo logró.

Pudo incorporarse de golpe, y, cuando lo hizo y abrió los ojos, se encontró frente a la fuente, con el rostro pegado a ella y el fino hilo de agua a escasos centímetros de su piel.

El cielo azul y la medialuna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora