Un elixir de vida, un elixir de muerte

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—¿Nanlna?

Algo no le cuadraba a Aetheerok en la situación. Estaba claro que la mayor de los Daffodil no era ningún encanto, pero ella no la consideraba ningún peligro, y, además, Messek jamás le había dicho nada malo de ella en ningún momento, ni siquiera remotamente negativo.

—Quiere heredar ella, y hace años llegamos a la conclusión de que quería eliminarnos para evitar que en el futuro tratásemos de quitarle el trono con un golpe de estado... al menos eso es lo último que Messek y yo fijamos.

—No tiene ningún sentido, Caleb, he trabajado en entrenamientos especiales con ella y no he sentido nada raro, y te aseguro que lo hubiera hecho si fuera lo más mínimamente peligrosa... Messek tampoco me ha avisado de ello. No te digo que no sea así, porque al parecer hay mucho que no sé y que Messek no ha querido contarme, pero esto me extraña muchísimo. Es más, si fuera peligrosa, estoy segura de que...

No fue capaz de continuar su oración, no si incluía a Jade. Además, el recuerdo constante de que su formador había intentado mandarla a la muerte la atosigaba minuto a minuto, hasta que cayó en lo obvio:

—Si el bosque está maldito y todo el que lo pisa muere... ¿cómo es que tú estás vivo?

Aetheerok se retiró un paso casi de forma inconsciente, preparada para defenderse si la situación así lo precisaba.

Enfocando su rostro aunque no pudiese verlo, Caleb rió.

—Eres muy perspicaz.

Quizá demasiado. 

Al momento, ella aferró el primer objeto que alcanzó a tomar de la mesa, y lo alzó contra él.

—Respóndeme, Caleb: ¿por qué estás vivo?

La distancia entre ambos fue bruscamente acortada cuando él alzó la mano y tomó el objeto con su palma desnuda, parándola.

—No me amenaces, acólita. Estoy vivo porque, por alguna razón, el bosque toma todas las vidas excepto las de aquellos que tienen sangre Daffodil corriendo por sus venas, así que relájate y permíteme seguir contándote cómo funciona todo por aquí, es la única esperanza que tienes de sobrevivir si vas a quedarte por aquí un tiempo.

Aetheerok no bajó el arma, pero si le interrogó:

—¿Y entonces por qué tu antepasada sí fue tragada por el bosque? ¿No acabas de decir que no toman las vidas de los Daffodil?

—Yo solo te he dicho que fue engullida, no que muriese... Es cierto que siempre hemos creído que fue así, incluso Messek lo hacía, pero ahora, después de ver esta tarde cómo el bosque te ha devuelto al interior de la cueva con vida, ya no estoy tan seguro. Nunca antes he visto a nadie salir con vida de lo más hondo del bosque, pero, si tú lo has hecho, entonces quizá, y solo quizá, exista la posibilidad de que Irem tampoco lo hiciese y siga viva.

—Pero ella era una Daffodil, y yo no lo soy, ¿cómo es posible todo entonces?

—No lo sé, no tengo todas las respuestas, aunque tú creas que sí, y tengo los mismos interrogantes que tú te vas planteando por momentos. Llevo muchísimo tiempo aquí, dándole vueltas a toda la situación, rezando para que Messek llegase, tratando de entender qué hacía aquí, cuál era mi camino y por qué razón la vida me había empujado a esto, por qué me habían liberado de una cárcel tan solo para meterme en otra.

—Quiero creerte... pero no lo hago, y no voy a mentirte, Caleb.

—¿Vas a salir corriendo?

La idea lograba entristecerle. Esbozando una sonrisa cansada, Aetheerok dejó caer el objeto al suelo y retrocedió, retirando la amenaza.

El cielo azul y la medialuna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora