Epílogo: Volverte a ver

150 19 0
                                    




En silencio, sentado en su refugio y con la espalda recostada de mala manera contra la piedra, el Maestro meditaba, tratando de conectar con el entorno y ver cómo estaba todo.

Y, aunque no quisiera reconocérselo ni siquiera a sí mismo, cómo estaba ella.

Abrió los ojos, y comenzó a juguetear con su cuchillo, fantaseando con la idea de un reencuentro, acariciando el momento en el que pudiera volverla a ver.

No podía enfrentarse a su madre, ni a sus deseos y órdenes, y no porque no quisiera, sino por la evidente y abrumadora diferencia de poder, pero sí que podía crear pequeñas grietas en sus planes que terminaran dando lugar a heridas incurables a la larga.

Sin alzar la vista, el Maestro continuó jugueteando con su cuchillo, tratando de obviar el profundo sentimiento de traición que le llegaba embargaba a la joven y a todos los que estaban enterrados vivos en las paredes de la trampa mortal que se abría muchos, muchos metros por debajo de sus pies y de su pequeño refugio.

Quizás él siempre fuese a ser peligroso para Aetheerok; quizá no pudiese aspirar a estar cerca de ella si quería que fuera feliz, pero sí podía desearlo en secreto...

Desearla. Sin que nadie lo supiese jamás, sin que nadie jamás pudiera atreverse a imaginarlo, si él lo escondía y camuflaba lo suficientemente bien, mientras trataba de, en la distancia de abrir brechas en el poder de su madre que ella pudiera utilizar para llamar al bosque y salir de nuevo a la superficie.

Era realmente notable lo que había logrado hacer con el bosque... Eso le impresionaba.

Cerró de nuevo los ojos, pasándose el cuchillo de una mano a otra con movimientos rápidos, mientras en su cabeza los pensamientos volaban a una velocidad semejante, buscando formas de lograr que el bosque llegase a ella. Estando así, paró de golpe, encontrando lo único que podría crear brechas en el perfecto sistema oscuro de su madre.

Pensándoselo unos segundos antes de hacerlo, paseó la punta de sus dudas por encima del nombre que había grabado en el antiguo cuchillo, recordando lo a que un día, tantísimo tiempo atrás ya, había significado su identidad para él y para el resto del mundo. Recorrió cada letra en silencio, pensativo, hasta culminarlo, y después decidió pronunciarlo una única vez en voz alta, por el placer de escucharlo, aunque solo fuese una vez, después de tantos años.

Odiaba que le llamasen Maestro...

—Kael.

Sonrió: seguía sonando a magia, pero después se llamó al orden, recordando lo que debía hacer. Jamás sería capaz de olvidar cómo ella había retirado las tinieblas de sus pupilas, las mismas que su madre le había fijado como castigo por atreverse a pensar diferente a ella.

En silencio, y respetando la ceremonia que el momento exigía, se levantó y abandonó su refugio, quedando envuelto en la noche y caminando cómodamente por ella, en el más absoluto silencio. No tardó en llegar al claro en el que se encontraba la fuente, y se reclinó sobre ella, comprobando en el reflejo refulgente del agua del fondo que la luna, en forma de medialuna, continuaba brillando en la oscuridad de la noche. Eso le arrancó una sonrisa.

—Vivimos atados a ese día lo queramos o no, ¿eh? —le susurró al bosque, con cansancio, pero no obtuvo respuesta alguna.

Tampoco la esperaba.

Se inclinó por completo y, alzándose la manga con brusquedad, se realizó tres cortes horizontales por debajo del antebrazo, lo suficientemente profundos para que el veneno de la hoja maldita de su cuchillo entrase en su cuerpo, y después se sentó en la piedra del suelo, apoyando el cuello en la fuente en sí misma y cerrando los ojos mientras el veneno entraba a pequeña escala en su cuerpo inmortal. Después, cuando lo sintió en su torrente sanguíneo, se inclinó hacia el agua que manaba y bebió un trago profundo, del que, cuando emergió, lo hizo victorioso.

Iba a hacer explotar el sistema de oscuridad de su madre desde dentro. Gota a gota.. hasta que Aetheerok lograse escapar.

Resultaba curioso que él también estuviese dispuesto a llegar hasta el final por ella, aunque sus motivos eran diferentes a los de su molesto descendiente, Messek.

A fin de cuentas, Kael Daffodil no buscaba el honor de la muerte, ni el acompañamiento al alma que amaba, su motivo era más simple, quizás más egoísta, pero no por ello menos importante...

Él solo quería y soñaba con volverla a ver con vida, libre y feliz, mirándole una vez más con el respeto y el cariño que lo había hecho hasta ahora.

Había algo en la energía de esa mujer que lograba curarle por dentro, y él parecía tener un efecto similar en ella, aunque su interior, normalmente, solo abrigaba el frío y el terror.

Se preguntó si era el destino, y se preguntó si este siquiera existía, mientras su sangre se mezclaba con el poder que Aetheerok había dejado en todos los elementos del bosque, fundiéndose con el agua y permeando en la tierra, esta vez no maldiciéndola, sino bajando poco a poco, lentamente, segundo a segundo, hasta llegar a la prisión pétrea donde se encontraba la joven.

Ella aún no podía notarlo, haría falta mucha más cantidad para que se apercibiese del camino de esperanza que Kael estaba abriendo para ella, pero empezar ya implicaba que quedaba menos tiempo, y eso ilusionaba al propio Kael, que rasgó la mitad de su ropaje y lo usó para cubrirse la herida, tratando de disimularla, haciendo el gesto de cubrirse con la misma prenda de abrigo con la que se cubría siempre. El gesto le arrancó una sonrisa, porque le hizo recordar que su chaqueta rojiza estaba exactamente donde debía estar: envolviendo y protegiendo del frío el cuerpo de la acólita.

—Hasta que el destino nos una de nuevo, Aetheerok —susurró, besando la piedra helada de la fuente por un segundo y después levantándose en silencio y volviendo a su refugio, sin haber hecho el más mínimo ruido, pero habiendo alterado la historia por completo.

Kael Daffodil estaba convencido de que, si se tenían que volver a encontrar, lo harían tarde o temprano, y él tenía todo el tiempo y toda la paciencia del mundo retenidas en su interior. No quería ser el héroe de la historia, porque no era ni su papel ni su camino, pero se prometió a sí mismo no dejarla morir, porque ella había conseguido algo que, en realidad, él siempre había creído imposible; algo que no necesitaba ser correspondido, porque le bastaba con que le hubiera demostrado que era capaz de sentirlo y albergarlo en su interior, ya que siempre lo había considerado un imposible...

Amor.

El cielo azul y la medialuna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora