Vuelves a brillar

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Curiosamente, el líquido no estaba frío, o tan siquiera templado, si no que, al entrar en contacto con las palmas de la acólita, comenzó a calentarse con rapidez, hasta que su contacto casi ardía. Y eso no fue lo único que sucedió. En apenas segundos, comenzó a cambiar de color, oscureciéndose y aclarándose, casi como por arte de magia, hasta que Aetheerok elevó sus manos, mientras un poco del agua bajaba por sus muñecas, acariciando su piel, y se la llevó a los labios, ingiriéndola por completo.

Tenía los ojos cerrados, pero los abrió a los pocos minutos, volviéndose y buscando con su mirada el rostro de Irem. Ya estaba hecho. Ya eran libres. Todos ellos.

—No sabes lo que acabas de hacer, Aetheerok. No tienes ni idea, ni idea de lo que va a pasar, si siquiera entendieras las consecuencias, jamás te hubieras atrevido a hacerlo.

Al alzar la cabeza, la mujer alcanzó a visualizar un enorme árbol cargado de frutos naranjas, que minutos antes no estaba allí, pero, por la cara con la que la observaba Irem, ella era la única que lo estaba viendo. Daba igual, tenía conciencia de lo que la estaba sucediendo, y eso la permitía racionalizarlo según lo iba viendo.

El suelo comenzó a temblar con muchísima suavidad, calentándose, e Irem se agachó, situando ambos manos contra su superficie oscura y moribunda.

—Qué has hecho, Aetheerok, ¡qué has hecho!

Incapaz —en absoluta realidad— de contener nada de lo que pensaba por más tiempo, y aún sumida en ese extraño estado, Aetheerok volvió el rostro hacia ella, a toda velocidad.

—He hecho lo que tú misma querías que hiciera. Si crees, siquiera por un segundo, Irem, que no te sentí, aunque no supiera quién eres ni qué estaba pasando, cuando estuve aquí por primera vez, no podrías estar más equivocada. Llevas llamándome desde el primer momento, porque, en lo más profundo de ti misma, deseabas esto, querías que lo hiciera, querías ser libre... Y no hay vergüenza alguna en ello, así que no deberías negarlo. No es malvado anhelar la liberación, así que deja de gritarme y admite la verdad, si no eres capaz de hacerlo frente a mí, al menos admítetela a ti misma, en tu fuero más interno, porque esa es la verdadera y única forma de ser libre: ser sincera con tu propio ser, con tu propia alma.

Hundida por sus palabras, Irem desvió la mirada y cerró los ojos, apretando los puños y reteniendo las lágrimas. Un zumbido potente cruzó todo el bosque, y la antigua Daffodil alzó la mirada, tratando de encontrar el origen, cuando en realidad tendría que haber buscado el destino.

Tardó demasiado en comprender lo que iba a suceder, y, cuando lo hizo, ya era demasiado tarde.

—¡Aetheerok! —gritó otra vez, rota de dolor, completamente incapacitada para reaccionar y honestamente preocupada por la seguridad de la mujer.

Pero ya no había nada que pudiera hacer por ella.

El color del bosque se modificó, de forma gradual, pero intensa y rápida, y se aclaró por instantes, mientras toda la oscuridad se unía al intenso zumbido que sacudía los árboles y hacía temblar el suelo, para después concentrarse en una inmensa bola oscura que se alzó en medio de la hondonada. Aetheerok alzó los ojos hacia ella, y unas lágrimas cayeron de ellos: una cosa era que comprendiese lo que iba a suceder a continuación, y otra, muy diferente, que estuviera preparada para ello. Con una mueca, cerró los ojos, pero después decidió, cuando la inmensa bola de energía comenzaba a dirigirse a ella a toda velocidad, que no quería olvidar, que esta era su decisión y que quería estar allí, presente por completo, para vivir y experimentar tanto su vida como sus momentos, así como las consecuencias de sus decisiones.

La enorme masa de energía no impactó contra ella, sino que la rodeó, dejándola en el centro exacto, y comenzando a dar vueltas a su alrededor hasta que ella cayó al suelo. Desde fuera, Irem ya no podía ver más que la oscuridad, y la corriente que levantó lanzó miles de granos de arena, hojas, ramas y piedrecillas en su dirección, obligándola a cubrirse los ojos con el antebrazo, aunque ya ni siquiera podía distinguir la silueta de Aetheerok en el interior de la bola energética.

El cielo azul y la medialuna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora