Lluvia de estrellas

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—El almuerzo está aquí —informó uno de los guardias a Messek, pero este ni siquiera reaccionó.

Se preguntó cómo estarían las cosas fuera de su prisión... Sabía que Aetheerok había escapado de la muerte de la última de sus versiones, pero no si habría conseguido llegar con vida al bosque, o mantenerse después. Esperaba que sí: él había tratado de asegurarse en la distancia de que así fuera.

Nunca había podido acercarse demasiado a ella, por temor a que la Familia descubriese lo importante que era para él esa acólita, pero sí que la había entrenado de la mejor forma posible, asegurándose de que pudiera sobrellevar casi cualquier situación y salir airosa de cualquier enfrentamiento con vida... Enseñarla era la única forma de estar cerca de ella, de estar ahí para ella, sin que nadie notase lo que estaba sucediendo realmente bajo su pecho.

—¿Crees que va a tocarlo hoy? —le susurró uno de los guardias al otro, tratando de volverse, para asegurarse de que Messek no le escuchase; ninguno de ellos sabía lo aguda que era la audición del Daffodil al que mantenían prisionero desde hacía ya tanto tiempo, casi lo que parecía una eternidad—. Si no lo hace, deberemos volver a dormirle y a alimentarle por vía intravenosa, y siempre se resiste y revuelve... Estoy muy cansado de este jueguecito.

—Siempre puedes dejarme morir —le sugirió él, pero sin alzar la cabeza.

Ambos guardias se volvieron hacia él, impresionados porque les hubiera escuchado, pero, sobre todo, asustados de él. Todo el mundo sabía que era un Daffodil especial, que tenía poder... Su simple presencia lo advertía, había algo rebelde en él, algo que no se manifestaba externamente, pero que iba implícito en todo su ser, en la forma en la que se movía, en las palabras que elegía para expresarse... Era indomable. Y los guardias, muy en el fondo, le temían profundamente.

Le respondieron algo, pero aunque Messek trató de escucharles, esta vez ningún sonido llegó a sus oídos. Se envaró al momento, pero trató de disimular en cuanto comprendió lo que le estaba sucediendo, y lo hizo en el instante en el que las puntas de sus dedos comenzaron a congelarse y el sonido de su corazón se ralentizó. Supo con total claridad lo que estaba sucediendo en la otra punta de la Línea, en las tierras del bosque, y una punzada de dolor y arrepentimiento colapsó su alma: odiaba haberla expuesto de esa manera, pero también sabía que era la única que podía cambiar la situación del mundo en el que vivían. No soportaba pensar que él podría haber evitado la muerte de la última de sus versiones, pero entendía que Aetheerok no solo era especial para él, sino que estaba conectada al bosque más de lo que ninguno podría estarlo jamás, incluida Irem, su antepasada Daffodil.

Messek tembló con violencia, y se envolvió en su chaqueta negra; al menos le habían permitido conservar sus ropajes de formador, y eso le dejaba perfecta y completamente preparado para la batalla. Sus piernas se sacudieron en los vaqueros azul oscuro, y comprendió que ella estaba a punto de perecer.

Vivirlo en la distancia entendiendo lo que estaba sucediendo era aún peor que verlo, porque la responsabilidad de los acontecimientos parecía recaer por completo en su persona. Apretó los puños, y unas lágrimas acariciaron el lateral de su rostro al precipitarse desde sus ojos; los cerró, pero eso no sirvió para hacerlas detenerse, ni tan siquiera para alterar su recorrido. Murmuró su nombre en su mente, una y otra vez, tratando de llamarla, de intentar, de alguna manera, asegurarse de que su espíritu no se iba por completo y le esperaba, y un fuerte dolor en el cuerpo le paralizó repentinamente. Messek apretó los dientes, para retenerlo, pero entre el temblor incontrolable y el llanto, los guardias se apercibieron de lo que estaba sucediendo, y pensaron que su cuerpo estaba colapsando por un ataque debido a la falta de alimento.

No era así, por supuesto: como estaba ligado a Aetheerok, y la última de sus versiones estaba muriendo en el bosque, ella estaba atada a esa tierra oscura ahora, y, por ende, él también. Ella tenía que beber de la fuente, pero no debía morir en el proceso, eso no era lo que ambos habían planeado, y Messek no entendía por qué la situación se estaba dando de forma diferente. ¿Quizá alguno de los espíritus del bosque la había atacado y herido de muerte...? Pero el bosque no podía arrebatar las vidas de los Daffodil, por eso Messek se había unido a ella por sangre y por sueño, para asegurarse de que el seno del bosque no podía hacerla nada.

El cielo azul y la medialuna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora