Agotados por todo lo vivido que acababa de acontecer, se mantuvieron así en silencio un buen rato, tratando de olvidar, o quizá de asimilar sus respectivas perdidas, o, por lo menos, hasta que Aetheerok recordó que eran hermanos.
—Messek —dijo, tratando de emerger, buscando la forma de contarle lo que le debía hacer saber.
—Ya ha terminado todo, Aeth —dijo él, tratando de calmarla.
—No, Messek... —Por fin, consiguió mirarle a los ojos, y cuando lo hizo se dio cuenta de que el sentimiento de añoranza que le había invadido frente a su pérdida no reflejaba ni una cuarta parte de lo mucho que le había echado de menos, pero se llamó a sí misma al orden rápidamente—: Se trata de Caleb. No ha despertado.
Completamente serio al escuchar sus palabras, su formador se separó de ella.
—Explícate —dijo solamente, y a Aetheerok se le rompió el corazón al ver la negación anidando en su rostro.
Apretó la boca en una mueca antes de ser capaz de hablarle de nuevo:
—Abbegya lo amenazó de muerte si yo no detenía la purificación... y no lo hice. Él me enseñó con su magia su medialuna antes de que yo terminase el proceso, para convencerme de no parar, pero debe de haber sido otro de sus engaños, porque no se ha despertado al terminar.
—Llévame allí —rogó su hermano, mirándola, pero sin llegar a verla.
Ella asintió, y Messek envolvió su mano con la suya. Aetheerok ni siquiera se percató del gesto, embebida como estaba en el intento de recordar por dónde había ido; pero no necesitó recurrir a su memoria, porque el bosque, ahora que había sanado, le susurraba con ternura los pasos que debía dar para alcanzar el claro de la fuente. Una vez llegaron allí, un quejido suave escapó de Messek al ver a su hermano yaciendo en el suelo, y, de forma inconsciente, se adelantó, dejando atrás a Aetheerok. Ella se quedó paralizada, sintiendo una nueva oleada de culpa expandirse por su cuerpo, pero no era eso lo que pretendía su formador, aunque tampoco fue consciente de ello: toda su atención estaba volcada en el cuerpo de Caleb, y lo examinaba con determinación, como si hubiera una solución que solo fuese a ser capaz de encontrar si se concentraba lo suficiente.
Alzó ambas manos sobre su cuerpo, y lo fue recorriendo con ellas unidas, hasta que, al llegar a la base de su garganta, frente a su energía, la medialuna apareció. Estaba rota, y cuando Messek la alzó, sosteniéndola por encima del cuerpo de su hermano pequeño, comprendió que esta no se desvanecía, y eso tenía una única implicación posible: no había terminado con todas sus versiones.
Rápidamente, se volvió hacia Aetheerok.
—No está muerto —susurró, todavía demasiado conmocionado como para atreverse a hablar más alto, y también cansado por el esfuerzo realizado al llevar a cabo la purificación—, solo necesita un poco de ayuda... y de tiempo.
Sin aliento, Aetheerok vio cómo su formador tomaba el colgante y se separaba ágilmente de su hermano, llevándolo hasta la fuente y sumergiéndolo en el agua, que manó sobre la medialuna, volviéndola casi borrosa.
—Vamos... —alcanzó a escucharle decir en voz baja, rogando al bosque que le trajese de vuelta con ellos—. No es su última versión, sino el colgante se hubiera desintegrado por completo al tocar este agua, Aeth —explicó a su acólita, sin volverse.
El peso de los acontecimientos comenzaba a hacer mella en ella que, sin querer decirlo en voz alta, empezó a sentirse mareada, pero sacudió la cabeza e ignoró el dolor: llevaba mucho tiempo gestionándolo de tan pésima forma.
—¿No le hemos perdido entonces...? —logró preguntar, sobreponiéndose a su debilidad y dando un paso hacia delante.
Esta vez, Messek sí se volvió, con una sonrisa en el rostro.
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El cielo azul y la medialuna de medianoche
HorrorUna maldición campa libre por el bosque, clamando por las vidas y la sangre de todos aquellos que en él tratan de refugiarse al escapar de la Línea. Solo aquellos que posean sangre Daffodil en sus venas quedarán exentos del cruel castigo, y podrán p...