Todo a su alrededor estaba haciéndose pedazos. Aetheerok comprobó cómo el mundo del Maestro se desvanecía a su alrededor, mientras él trataba desesperadamente de aferrarse a algo, lo que fuera. Sabía lo que tenía que sentir: como si le hubiesen arrancado el corazón de cuajo y en su interior solo quedase el más absoluto vacío. Esforzándose, sus manos tocaron el suelo, hasta donde se había deslizado en silencio. Aetheerok se precipitó con rapidez a su lado, envolviéndole en un fuerte abrazo y atrayéndole hacia sí, tratando así de traerle de vuelta y mantenerle atado al mundo de los vivos, de forma desesperada, sin comprender que eso era imposible.Pasaron unos minutos hasta que su mente logró procesar por completo el mensaje y entender lo que debía suponer, y entonces fue cuando comenzó a llorar, desconsoladamente.
—¡No! —gritó, rompiendo el corazón de la joven.
Ella odiaba verse en esa situación, pero no menos de lo que odiaba la forma en la que había muerto su formador: defendiendo aquello en lo que creía, sí, pero cruelmente castigado por ello.
—Lo siento mucho —le susurró, y su voz se rompió al terminar.
Al ver que el sufrimiento era compartido y entendido, el Maestro se separó de ella, sabiendo que iba a necesitar algo más si no quería explicarle el resto, y enfocó su rostro, aunque no la viese, situando ambas manos en los laterales de su cara.
—Cuéntame todo lo que sucedió, cómo fue... por favor —suplicó, apretando sin querer sus mejillas, sobrepasando la energía que se precisaba en el momento.
Aetheerok se sacudió su contacto con suavidad pero firmeza, y le obligó a levantarse, llevándolo hasta el banco bajo de piedra que había empotrado en un lateral, y, solo una vez sentados, comenzó a contar.
—Fue hace casi tres meses ya... estábamos en los últimos entrenamientos, antes de empezar a encararnos con nuestra versiones, y vinieron los guardias, junto a Nanlna, y se lo llevaron. Le taparon la boca y la cabeza para que no pudiera seguir confundiendo a ningún acólito con sus palabras, y fue ejecutado en la plaza de armas y entrenamientos, ¿has estado alguna vez allí...?
El Maestro asintió rápidamente, y eso acalló a la joven por unos segundos, cuyo rostro estaba completamente controlado por el dolor que veía en el que tenía delante.
Era como mirar un espejo. Un espejo de dolor.
Aunque los motivos de ese dolor eran diferente para cada uno, claro estaba.
—Lo siento muchísimo —repitió, aunque sabía perfectamente que eso no solo no era suficiente, sino que no servía para absolutamente nada.
—¿A qué te refieres con que confundía a los acólitos...? —preguntó él, con honesta curiosidad, tras guardar silencio durante un rato.
La mujer inspiró hondo antes de decidirse a contárselo, jugueteando con las palmas de sus manos mientras trataba de ordenar sus pensamientos:
—Messek tenía una forma muy particular de entender el mundo, y no dudaba en juzgar las acciones de su Familia cada vez que no estaba de acuerdo con la forma en la que ejecutaban las decisiones.
—Siempre fue así, o, por lo menos, eso recuerdo yo desde pequeño —decidió intervenir él, de forma muy propicia—, pero eso sigue sin explicar por qué razón nuestra hermana lo ejecutaría.
Aetheerok no sabía bien cómo explicárselo, porque sus recuerdos parecían tener más sentido en el interior de su cabeza, y, cada vez que trataba de exteriorizarlos, era como si confundiese aún más al Maestro, lo cual la alteraba y hacía sentir que estaba haciendo algo mal al hablar con él.
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El cielo azul y la medialuna de medianoche
HororUna maldición campa libre por el bosque, clamando por las vidas y la sangre de todos aquellos que en él tratan de refugiarse al escapar de la Línea. Solo aquellos que posean sangre Daffodil en sus venas quedarán exentos del cruel castigo, y podrán p...