Un día doce

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Aetheerok le contempló en silencio absoluto, y, completamente seria, se incorporó.

Estaba temblando.

—Espera, te dejaré algo para cubrirte, la temperatura en el bosque es traicionera, y yo mismo casi muero por no tomarla en serio...

Ella ni siquiera le estaba escuchando, estaba demasiado metida en sus anteriores palabras como para siquiera ser capaz de concentrarse.

—¿Cómo que por sangre y por sueño, Caleb?

Él trató de evitar su pregunta, deliberadamente, y se volvió hasta encontrar una enorme chaqueta rojiza, desvaída por el paso el tiempo.

—¿Qué te parece esta...?

La mujer alejó con un manotazo la prenda.

—Caleb —siseó—, respóndeme ahora mismo.

Pero él volvió a ignorar su ruego y salió de la tienda. El aire de la mañana volvió a hacerla tiritar, y esta vez se replanteó lo de la chaqueta, pero como no quería perder la atención del Maestro, salió detrás de él, prometiéndose a sí misma que luego volvería y se cubriría.

—¡Caleb! —exclamó de nuevo, y, esta vez, logró hacerle reaccionar.

—Será mejor que te sientes para lo que voy a contarte.

Aetheerok sentía que no paraban de compartir información devastadora con su mente, pero obedeció, y él se inclinó a su lado.

—¿Sabes cómo funcionan las muertes de tus versiones...?

Ella asintió.

—Es algo subconsciente, cuando las matas, matas una parte de ti mismo. Y si las matas todas, te matas a ti mismo.

—Exacto —le confirmó él—, ¿y sabes por qué es tan importante que termines tú con tus versiones de forma personal, y por qué la Línea nos entrena desde pequeños para que sepamos cómo hacerlo?

—¿Para instruirnos...? —aventuró la mujer.

Caleb negó con suavidad. La nube que cubría sus pupilas pareció oscurecerse.

—Nadie puede arrebatarte algo que te pertenece de verdad, Aetheerok, solo te lo puedes quitar tú a ti misma si no eres capaz de comprender los cambios que experimenta, y con eso juega la Línea: no entendéis lo que hacéis, y termináis con vuestras propias vidas. A aquellos que van a ser enviados al bosque, jamás se les permite entrar en su subconsciente para encontrarse con su última versión, y solo los debilitan lo suficiente para que, cuando lleguen aquí, no tengan forma alguna de resistirse al bosque.

—Pero eso no explica lo que te he preguntado, Caleb.

—No seas impaciente, Aetheerok. Necesito explicártelo todo para que entiendas bien a qué me refiero...

—Está bien —consintió ella—, continúa, vamos.

Él suspiró, pero de nuevo esbozó una sonrisa, sonrisa que se le borró del rostro en cuanto recordó lo que le estaba contando.

—Si en tu primer viaje a tu subconsciente estás acompañada de forma no reglada... digamos que la otra persona queda ligada al momento, y si otro ser humano queda ligado a la muerte de la primera de tus versiones, queda ligada a ti, en consecuencia. No digamos ya si...

—...termina con ella en tu lugar —finalizó Aetheerok lo que él estaba a punto de decir, mientras un escalofrío la sacudía por completo—. Entonces, ¿Messek está ligado a mí y a mi mente?

El Maestro asintió.

—Exacto —reiteró, y, tomando una fina hierba entre sus manos, comenzó a desmenuzarla.

El cielo azul y la medialuna de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora