4. Revoltosos

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Poy hizo rabiar a su hermano Mark

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Poy hizo rabiar a su hermano Mark... otra vez.

Tommy rompió la lámpara de la estancia haciendo una pirueta.

Chimon salió tarde a la secundaria porque se quedó dormido.

Win no ha dejado de llorar y a él ya le falta un tornillo en esa casa de locos, rodeado de tantos niños revoltosos... Que a decir verdad, no cambiaría por nada.

—¡Mira papá, mírame, mírame!

Deja a un lado, sólo por un momento, la pala de madera con la que le da vuelta al asado en la olla, para mirar a su pequeño dar de brincos en la sala, con las manitas alzadas y su cabello negro rebotando sin tregua sobre su frente.

—Te veo, te veo, Tommy... —debe alzar un poco la voz, pues la televisión está encendida en un volumen demasiado alto mientras dos de sus hijos pelean a jalones por el control remoto.

—¡Se llama Árabe, papi! —Tommy sonríe bien grande, sus ojitos se esconden tras esas mejillas regordetas y antes de que pueda su padre terminar de preguntar, el pequeño se impulsa hacia adelante haciendo una pirueta sin manos, que poco más mata del susto a su padre.

—¡Tommy!

Y la lámpara de la estancia cae.

El sonido del foco haciéndose añicos en el suelo dispara la alarma de la casa, llámese Win, quien se ha soltado a llorar en su carriola, donde antes dormía finalmente su siesta, que tanto trabajo le costó lograr. El bebé grita, berrea, llora con ganas y su padre se debate si tomarlo en brazos a él o a Tommy porque está descalzo, con las manitas cubriendo su boca.

Así que toma al bebé, faja el fuego a la estufa y corre hasta la estancia, donde dos pares de ojitos curiosos observan desde detrás del sillón, escondidos. El pequeño bailarín mantiene los deditos encogidos, sus manos cubriendo su boca y los ojos bien abiertos.

—¡Tommy! —Toma de la mano a su hijo, alzando al pequeño de cinco años para cargarlo—. Aléjate, es peligroso.

—Uh, papá... —lo llama uno de los mayores desde detrás del sillón—¿Quieres que vaya por una escoba?

—Por favor, cariño. —Deposita a Tommy a salvo en el sillón, junto a su hermano y aún con el bebé en brazos—. No se muevan hasta que esté limpio.

Ambos niños asienten, uno cabizbajo mientras que su hermanito, de dos dientes faltantes, le alza un pulgar a su padre con una resplandeciente sonrisa.

Win llora sin freno, interrumpida su siesta y con todo el modorro encima además de los cólicos, seguramente, porque no eructó después del biberón.

—Ya, ya... —él lo arrulla, moviendo al bebé entre sus brazos mientras Mark recoge los vidrios rotos del suelo—. Mark, ya déjalo, lo haré yo, gracias.

El pequeño de cabello rojizo niega en silencio, mientras empuja con la escoba los restos de lámpara dentro del recogedor.

—No, está bien Papi.

Avioncito de papel - HP4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora