Capítulo 2

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Le gustaba madrugar. Sí. Cuando muchas personas odiaban hacerlo, a él le encantaba. Aprovechaba desde primera hora de la mañana para hacer todo tipo de cosas; tomarse un buen desayuno, limpiar y ordenar la casa, ver las noticias, revisar sus redes sociales, enterarse mediante la televisión o el móvil sobre todo lo que había pasado en esas horas que había estado desconectado del mundo sumido en un plácido y profundo sueño. Sí. Madrugar era una maravilla. Lo que no le gustaba tanto, era tener que pensar en algo nuevo que hacer después de haberse quedado sin trabajo.

Desde que el señor Müller murió hace apenas dos semanas de un cáncer de pulmón a los noventa y tres años, se quedó sin trabajo y estaba a la espera de que la empresa para la que trabajaba encontrara a otra persona dependiente que necesitara su ayuda.

El anciano había sido un buen hombre. Agradable y simpático en todo momento. Cada vez que lo veía entrar por la puerta de su habitación sonreía, con las patas de gallo alrededor de los ojos (los ojos más azules y hermosos que había visto en su vida), las pequeñas arrugas en torno a los labios, los ojos brillantes y esa peca tan peculiar pero adorable que tenía en la frente. Cuando sonreía, (cada vez que enseñaba la dentadura postiza en una sonrisa sus ojos también lo hacían) iluminaba la habitación entera. Aquí llega mi salvador, decía. Mi salvador, que va a ayudar a mi pobre y anciana vejiga a no explotar antes de que pueda sentarme en el retrete y cambiarle el agua a mi pequeño canario. Le resultaba difícil no quererlo. Y, por supuesto, después de haber trabajado para él durante casi tres años (tres años en los que había cocinado para él, lavó su ropa, lo sacó a pasear y escuchó todas y cada una de las anécdotas que vivió en la Alemania Nazi de la Segunda Guerra Mundial), le resultaba difícil no recordarlo a cada momento después de su muerte.

Echaba de menos al anciano. Para él, había sido como el abuelo que nunca tuvo. Como el padre que nunca tuvo. Un buen amigo. Un gran confidente. Pero ahora ya no estaba... Y probablemente, sus hijos (si es que se les podía llamar hijos) estarían tirándose los trastos y agarrándose de los pelos los unos a los otros debido a que la herencia que les dejó el anciano era mínima, pues había decidido donar gran parte de su dinero a una asociación para los refugiados (no soporto ver cómo la gente huye de los horrores de su país en busca de algo mejor, para que muchas veces terminen aquí y los apaleen o insulten solo por ser negros o musulmanes) y otra pequeña parte para su buen cuidador. Se imaginaba que los hijos se echaban la culpa entre ellos porque "tú nunca te hiciste cargo de él", y luego un "y tú tampoco porque estabas demasiado ocupada en comerte todas las pollas que te encontrabas en tu camino". Todo el mundo opina que tener hijos es algo bonito Gus. Y lo es. Claro que lo es. Al menos hasta que te dejan tirado en tu casa porque hueles a viejo, se te olvida como se llama esa cosa de metal que se utiliza para pinchar la comida (recuerdo que se llama tenedor), no llegas a tiempo al baño para hacer tus necesidades y de camino ya te has meado y cagado encima. Pero a pesar de todo, siguen siendo tus hijos, y nada cambiará eso.

No entendía cómo podía seguir queriendo a sus hijos después de cómo lo habían tratado. Los conoció una sola vez, y desde ese momento le quedó claro que no quería tener hijos. ¿Para qué? ¿Para que te quisieran una vez muerto solo por tus tierras, tu dinero y tu piso? No, no, no. Para eso prefería morirse solo en su piso, tendido en el suelo del baño (de baldosas de color verde hospital) después de haberse resbalado en la ducha y que lo encontraran dos meses y medio después (pues algún vecino preocupado habría advertido a las autoridades de que no lo veía desde hacía tiempo y un olor fétido salía por la rendija de debajo de la puerta principal y olía "como si cinco mofetas se hubieran echado un pedo dentro de una bolsa de plástico, lo dejaras el sol durante una semana y después lo abrieras") para que los paramédicos y los agentes de policía que lo encontrasen saliesen corriendo del baño para ir a vomitar en el suelo de parqué que tenía por toda la casa.

Mis 'te quiero' en kilos - IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora