Capítulo 11

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El reloj de la mesita de noche estaba a punto de marcar las 06:27am. La única luz en la habitación (una luz blanca y cegadora) procedía del pequeño ordenador portátil que tenía sobre sus piernas. La botella de agua se había calentado debido al bochornoso calor y las pequeñas gotas que resbalaban del plástico habían creado un pequeño charco bajo ella. Un pañuelo de papel ensuciado con el característico polvo naranja de los Cheetos y la bolsa de plástico estaban junto a él.

Sintió la necesidad de buscarla por toda la red al haberla recordado. Y la había encontrado. Tuvo que crearse una cuenta de Facebook para ello, pero no importaba, necesitaba saber que había sido de ella.

Clicó sobre una foto aleatoria. Ella sonriendo con un gato malhumorado a su lado. Otro click en otra foto. Ella con sus amigas del instituto (Emily, Jessy, Carla y una cara conocida de la cual no recordaba el nombre) posando sobre la caliente arena frente al mar. Otra foto. Ella de vacaciones. Un paisaje nevado con casitas pintorescas y coloridas de fondo. Con un gorrito de color blanco, un pompon peludo y el pelo largo, rojo y enmarañado como un nido de pájaros (tal como lo recordaba, incluso tal como lo había visto en su sueño). Trataba de apartarse unos mechones de cabello de la cara mientras reía. Con una sonrisa perfectamente blanca y los ojos brillantes.

Sonrió como un bobo a la pantalla y se comió un cheeto, masticándolo despacio para no dejar de oír su hermosa risa, en aquel maravilloso recuerdo que hacía tiempo había olvidado.

Vamos Jack! ¡Más deprisa! ¡Vas a perderte en el bosque si no caminas más rápido, y yo no vendré a buscarte!

La vio sacarle la lengua a modo de burla para después verla alejarse riendo como una niña pequeña por entre los altos y frondosos árboles. Sonrió para sí mismo y aceleró el paso. No tenía miedo de perderse, pero tenía miedo de que ella pudiera caer o perderse por el gran laberinto de enormes árboles y tierra húmeda.

- ¿Sabes donde estoy?

Una risa corta y suave se escuchó desde alguna parte del bosque. Estaba cerca. Pero, ¿dónde?

- Vamos Sandy. ¿De verdad quieres jugar? Podemos jugar cuando lleguemos al arroyo, y te prometo que será más divertido que el escondite -otra risita igual que la anterior volvió a escucharse-. Está bien. Tú ganas. Te buscaré, te encontraré y no te dejaré ir. Seré como ese malvado villano de los cuentos para niños, secuestrando a una hermosa princesa -rodeó un árbol tratando de encontrarla con la mirada y aguzando el oído- llevándola a mi gran, oscuro y maldito castillo para siempre.

- Nunca me encontrarás, malvado villano.

- ¿Estás segura de ello, princesa?

Más risitas. Más risitas que sabía perfectamente de dónde provenían, pero era más divertido seguirle el juego y dejar su escondite para lo último. Si quería jugar, jugarían.

- Vaya, vaya. ¿Dónde se habrá escondido la hermosa princesa? Debe ser muy astuta e inteligente, o yo demasiado torpe y estúpido como para encontrarla.

Un búho ululó a la distancia, como si también jugara con ellos. El agua que fluía por el arroyo se escuchaba débilmente a lo lejos. Una rama se partió al ser pisada, rompiendo la armonía y el silencio del lugar. Se giró en redondo, sabiendo que antes, la voz procedía de otro lugar y el placentero sonido que emitió la rama al partirse, vino desde detrás de él. Sonrió con picardía y se acercó al gran árbol tras él con pasos lentos y calculados.

- Mmm... ¿Puede ser que te hayas escondido por aquí? Me ha parecido oír algo que ha delatado tu posición, querida.

La escuchó reírse. Un ruido ahogado por las palmas de sus manos. Rodeó el árbol despacio, con cautela, para no ser detectado. La vio de espaldas, un pelín inclinada hacia adelante, con el pelo rozándole los hombros desnudos, la mochila a la espalda, y las piernas largas y suaves apenas tapadas por un par de pantalones cortos que se ajustaban a la perfección a la firmeza de sus caderas y la redondez de su trasero. Preparado para atacar y llevarse de una vez por todas a la hermosa princesa, la agarró por la cintura en un santiamén y la levantó por los aires.

- ¡Te pillé! Ahora serás mía para siempre, princesa.

- ¡Nooo! ¡El ogro de los bosques me ha capturado! ¿Qué voy a hacer ahora?

- Bueno... Puedes besarme para que podamos empezar a tener una buena convivencia entre nosotros, ¿qué me dices?

- Creo que no funciona así eh, pero... Hasta un ogro se merece un besito de vez en cuando.

- Dije beso, no besito.

La liberó de su agarre mientras sonreían y se besaban. Sus labios sabían a vainilla. Sí, a ese brillo labial de vainilla que le había comprado hacía unos meses y que tanto le gustaba. Era el mejor sabor del mundo, y siempre lo sería.

Salió de su ensoñación y volvió a mirar el reloj. Las 06:53am. Volvió los ojos a la pantalla de nuevo. A esa foto del paisaje nevado que contrastaba perfectamente con el hermoso tono de su cabello. Suspiró, cerró la ventana del navegador y apagó el ordenador. Le había alegrado volver a verla, aunque tan solo fuera a través de fotos. Seguía siendo hermosa, más incluso que en su reciente fantasía y sueño húmedo. Era tan hermosa como él nunca lo sería. ¿Qué pensaría sobre él si lo viera ahora, sentado en la cama con los labios salpicados por el polvo de las patatas, los dedos sucios y pegajosos, sudoroso, despeinado y gordo, gordo, gordo? Se espantaría ante tal imagen. Se horrorizaría de verlo así. Es probable incluso que no lo reconociese debido a lo mucho que había cambiado.

Enfadado consigo mismo por ser como era, guardó la bolsa de patatas medio vacía en el cajón de las mil y una delicias y se dispuso a salir de la habitación para desayunar como era debido. Se levantó, se acomodó la ropa (quitándose las minúsculas y naranjas migas de la barbilla y pecho), se calzó las zapatillas de casa y arrastró los pies hasta la puerta.

Alargó la mano hacia el picaporte y escuchó la puerta principal abrirse antes de que pudiera siquiera posar su mano sobre ella. Reconoció el sonido de las llaves y los pasos. Era el chico. Pero había llegado temprano, habían quedado en que vendría siempre a las ocho de la mañana. No quería verlo. Se dio la vuelta y volvió a tumbarse en la cama hundida y sábanas húmedas por culpa del calor, dejando pasar las horas. 

Mis 'te quiero' en kilos - IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora