Caminaba alegremente hacia la casa de Conway. Hacía muy buen tiempo y decidió aprovecharlo dando un pequeño paseo hasta el apartamento del mayor. El sol le daba en plena cara haciéndole entrecerrar los ojos y se puso unas gafas de sol oscuras para proteger sus claros ojos de los dañinos rayos de sol. Iba comiéndose unas galletas de avena y dando sorbos a una botella de agua pequeña.
Las calles de Los Santos aún se encontraban tranquilas. Solo había unas cuantas personas que caminaban despacio, disfrutando de la tranquila mañana y otros que caminaban deprisa hacia el trabajo. Un pastor alemán orinaba en un árbol cercano a la carretera. Una mujer tendía la ropa en un pequeño balcón abarrotado de trastos inútiles. Un mendigo rebuscaba en la basura. Un autobús escolar atestado de niños que chillaban, se movían sin parar y se tiraban del pelo aceleró por el carril de la acera contraria. Un pequeño grupo de palomas picoteaban unas pocas migas esparcidas por el suelo y alzaron el vuelo cuando él caminó entre ellas a pasos lentos y decididos.
Estaba seguro de que hoy también sería un buen día. Llegaría a casa de Jack, prepararía el desayuno (aún no sabía que preparar), se sentarían juntos a desayunar y hablarían poco, pero al menos estarían juntos. Sonrió ante esa imagen mental y siguió con su marcha.
Dobló la esquina, asustó a un gran gato de color naranja, cola larga y peluda y ojos enormes de color verde. El gato no fue el único en asustarse. Dio un respingo y se llevó la mano al corazón. Miró hacia todos lados para asegurarse de que nadie lo había visto, y volvió a emprender su marcha.
Estaba cerca y aún eran las 07:33 am. Hoy también llegaría temprano. Mejor para él. No solo tendría más tiempo para ordenar la casa sino que tendría más tiempo para estar con él. Para obrservarlo cuando el otro no se diera cuenta de que lo hacía. Para observarlo y fantasear con él, una cama enorme y comida chatarra esparcida sobre el colchón. Comida chatarra que él mismo se encargaría de acercar a esos labios carnosos, sabrosos y grasientos. Le daría de comer y se deleitaría viéndolo ingerir grandes cantidades de comida. Seguramente gemiría de placer ante un buen trozo de tarta selva negra, o una buena cucharada de nutella. Un gemido que le provocaría un cosquilleo en la entrepierna. Pero en ese momento eso le daría igual. Lo único que querría sería verlo comer. Lo excitaba demasiado. Necesitaba hacerlo.
Se acercó a la puerta, metió la llave en la cerradura y entró a la frescura del portal. Por un momento, pensó en utilizar el ascensor, pero decidió subir andando las escaleras (ese culito prieto no se mantenía solo). Solo se oían sus pasos en todo el edificio. Pasos tranquilos y calmados. Menos mal que nadie podría oír el frenético latir de su corazón contra el pecho. Le ocurría cada vez que pensaba en él o subía hacia su casa. Era algo inevitable. ¿Le gustaba? Sí, mucho. ¿Lo amaba? Más que a nada en este mundo. ¿Haría lo que fuera por él? Sí. Aplastaría a cualquiera que tratara de entrometerse entre ellos. Él era suyo. Suyo, y de nadie más.
Abrió la puerta de casa tratando de hacer el menor ruido posible (quería darle una sorpresa como el otro día) y entró. Dejó la mochilita sobre la mesa de la cocina y se colocó el delantal. Lo primero que haría sería preparar café, después calentar los gofres que había comprado el otro día mediante una compra online que realizó para abastecer la despensa de Conway, y después pensó que estaría bien hacer un poco de zumo de naranja natural, pero para ello debía buscar un exprimidor y desconocía si había alguno en la casa.
Mientras buscaba los utensilios necesarios para cocinar, escuchó un ruido sordo que provenía de algún lugar de la casa. Salió de la cocina y comenzó a caminar por el pasillo, en dirección a la otra punta de la casa.
Se paró frente a la puerta del baño, pegó la oreja a la puerta y escuchó cómo el chorro de agua caía sobre el resbaladizo suelo de la ducha. Primeramente, pensó en abrir la puerta pero en el mismo instante que lo pensó, le pareció una pésima idea. Lo último que quería era mandar a la mierda todo el avance que había hecho con el hombre y enfadarlo por invadir su privacidad de aquella manera. Era probable que estuviera desnudándose, o mejor todavía; que estuviera desnudo. Estaría desnudo, con los pechos al aire y los pezones duros y erguidos por el frío. Con los pies descalzos, los tobillos hinchados, la barriga colgando (desde que comenzó a trabajar ahí, Conway no había hecho más que engordar y eso lo hacía estremecerse de placer y experimentar una agradable sensación en la entrepierna), la boca entreabierta y resoplando, el oscuro y lustroso pelo pegado a la frente debido al sudor. Y el pene al aire. ¿Cómo sería? ¿Sería grande? ¿Más bien delgada? ¿Estaría circuncidado? ¿Se depilaría sus partes bajas o aquello parecería una selva amazónica jamás explorada? Se le hizo la boca agua y sacudió la cabeza, volviendo a poner los pies sobre la tierra.
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
LosoweConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...