Había sido un día extraño. Raro, incluso. Se sentía conmocionado después de todo lo ocurrido.
Después de escuchar que había terminado, se dirigió rápidamente a la cocina a fingir que seguía limpiando, pero no fue así. Pasar la bayeta una y otra vez en el mismo lugar hasta desgastar el color no era ni limpiar ni fingir que limpiaba. ¿Quién era Sandy? ¿Y por qué decía su nombre? Bueno, la respuesta a ambas preguntas era fácil. Era una puta que se había interpuesto en su camino y lo había seducido. Fuera quien fuese, le gustaba, o le había gustado en algún momento de su vida. Tanto como para masturbarse diciendo su nombre. Pero, ¿quién demonios era ella? ¿Tenía competencia? ¿Sería guapa? ¿Cuántos años tendría? ¿Rubia o morena? Daba igual quien fuera y como fuera físicamente, lo único que sabía, era que una zorra desconocida estaba intentando quitárselo. Conway era suyo, y haría lo que fuera por tenerlo.
Dejó el tenedor sobre el plato aún medio lleno. De camino a casa (pedaleando a desgana y con expresión sombría) a su estómago le había apetecido cenar un poco de arroz blanco con unas pechugas de pollo a la plancha sazonadas con unas pocas especias, pero ahora ya no tenía hambre. Sandy le había quitado el hambre. Esa maldita zorra sin vergüenza... ¿Quién se creía que era para meterse así entre ellos dos? Estaba seguro de que esa mujer ya no formaba parte de su vida, pues el señor Conway nunca se la había mencionado y nunca vino nadie a verle a casa desde que llegó él. A decir verdad, hablaban más bien poco (él lo intentaba con todas sus fuerzas, pero el pelinegro se negaba) y no recibía muchas visitas (por no decir ninguna), y eso mismo era lo que le hacía pensar que esa mujer (esa maldita lagarta roba-novios) ya no formaba parte de su vida por las razones que fuese.
Se percató de que sujetaba la servilleta de papel con fuerza. La estrujaba con tantas ganas que se le pusieron los nudillos blancos. Se restregó los labios con él, lo apretó una última vez y lo tiró sobre la mesa. Mirando (sin ver realmente) la extraña forma que había adquirido la servilleta (fácilmente podría servir como modelo para construir un nuevo edificio de esos extraños que suelen crear los artistas modernos) se planteó atacar antes que ella. Conway debía ser suyo y de nadie más. Ya se lo dijo el señor Müller una vez. Si de verdad amas a alguien muchacho, no lo dejes escapar. Nunca. No hay nada más fuerte y bonito que el amor verdadero. No dejes nunca que te pase como a mí... Esos... Esos malditos Hurensöhne (*) me la quitaron... No puedes permitir que te quiten lo que más amas en esta vida... Por mucho que alguien te diga que no es lo correcto. ¿Qué sabrán ellos? Solo uno mismo sabe lo que siente de verdad. Y créeme, el amor todo lo puede. Mírame a mí sino, enamorado hasta las trancas de una judía y dispuesto a casarme con ella... Íbamos a fugarnos. A Holanda tal vez. Portugal. O quién sabe...
El viejo tenía razón. Él quería a Conway. Vaya si lo quería. Desde el primer momento en que lo vio lo supo. Era perfecto. Estaban hechos el uno para el otro. Merecían ser felices en los brazos del otro. Haría lo que fuera por conseguir que su amor fuera correspondido. Además, tenía un arma muy potente a su alcance; la cocina. Sabía que Conway adoraba comer y podría ganárselo fácilmente a base de comida grasienta y poco saludable que haría que todos sus vasos sanguíneos se atoraran. Deseaba alimentarlo hasta límites insospechados. Hasta que no pudiera volver a levantarse nunca más de la cama y tuviera que depender de él para todo cuanto necesitara. Alimentarlo hasta que dejase de ser una persona para convertirse en una masa deforme de carne.
Se levantó del sofá y salió al minúsculo balcón a fumarse el sexto (o séptimo, no lo recordaba) cigarrillo de la noche. Nunca había fumado tanto en un día. Se sentía nervioso, enfadado, ansioso, decepcionado. ¿Por qué nunca tenía suerte con los hombres? Uno porque era gilipollas perdido, el otro porque era muy celoso y controlador, el otro demasiado puritano y el daba vergüenza que lo viera desnudo, el otro le ponía los cuernos con medio barrio, y con el otro no podía ser porque era el jodido Dios llamado Chris Hemsworth. Todos los hombres eran unos asquerosos o inalcanzables...
Dejó de mirar las plantas y volvió la mirada al frente. A la venta del edificio de enfrente que daba a la habitación de ese tío tan bueno que solía ver de vez en cuando. Tenía la luz apagada y la habitación estaba a oscuras, pero con las cortinas a medio correr podía verse todo lo que pasaba en el interior. Podía ver como la chica se agarraba fuertemente al borde de la cama mientras él la embestía por detrás (¿estarían practicando sexo anal tal vez?) una y otra vez, como si le fuera la vida en ello. Se quedó mirando sin disimulo alguno mientras se hacía el despistado (nunca lo admitiría porque no quería que lo miraran mal, pero le gustaba espiar a otras personas mientras mantenían relaciones sexuales). Ese tío estaba bueno. No, bueno no. Estaba buenísimo. Si ese tío quisiera escupirle en la boca, le suplicaría que lo hiciera. Sería su perrita si él así lo quisiera.
Cerró los ojos con fuerza durante unos segundos y cuando volvió a abrirlos, se encontró con la mirada del tío bueno sobre él. Lo había pillado mirándoles. Espiándoles. No solo lo miraba, también sonreía. Podía percibir la perfecta y blanca sonrisa en la penumbra. Le sonrió de vuelta y lo saludó con la mano.
- Podría ser tu perrita si quisiera pero... No soy una zorra de tetas operadas como tu amiga, mi amor.
Tiró la colilla del cigarro a la par que el tío de revista de Calvin Klein sacaba el pene de la vagina (o el ano) de la chica y eyaculaba en sus nalgas para después desplomarse sobre la cama y dormirse en cuestión de segundos. Bebió un largo y frío trago de agua y se fue a la cama a seguir planeando su estrategia. ¿Qué podía cocinarle? ¿Espaguetis con una tonelada de salsa de tomate? ¿Cinco kilos de patatas fritas con tres litros de salsa búfalo y dos kilos y medio de albóndigas? ¿O tal vez era mejor pedir comida a domicilio? Se dio la vuelta y se tumbó de costado. Cuánto le gustaría que él estuviera tumbado a su lado, hundiendo el colchón y dejando la marca de su deforme cuerpo en el blando y cómodo tejido. Quería escucharlo roncar por las noches, y ver cómo temblaba su tripa cada vez que lo hiciera (estaba seguro de que la blanda carne temblaría como un flan). Quería darle de comer en plena noche porque se hubiera despertado con el rugido de sus tripas. Si se ganaba su estómago, lo tendría todo ganado. Y no iba a descansar hasta conseguirlo, costase lo que costase.
Con una sonrisa de suficiencia en los labios, cerró los ojos dispuesto a dormir y descansar para empezar a llevar a cabo su plan a partir de mañana. Unos minutos después, se durmió pensando en los michelines de Conway, sin saber que él también trataba de dormir pensando en la bonita sonrisa que Sandy le ofrecía todas las mañanas de camino al instituto.
✨✨✨Hurensöhne (plural): Insulto utilizado en Alemania para referirse a un grupo de personas como 'hijos de puta'. Singular: Hurensohn.✨✨✨
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
AcakConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...