Capítulo 5

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Sentado en la silla bajo el chorro de agua templada que le caía sobre la cabeza, pensaba en la vergüenza que había pasado unos momentos antes. No quería salir de la ducha, porque salir implicaría tener que volver a mirarlo a la cara después de lo ocurrido, y no quería tener que volver a verlo por temor a lo que pudiera pensar sobre él. Salir de la ducha y taparse con una toalla para ir a prisa y corriendo a abrir la puerta era lo primero que se le ocurrió. Ni siquiera pensó en que la persona al otro lado de la puerta lo vería de aquella manera tan patética y repugnante. Y era cierto, era un ser total y asquerosamente patético. Se tomó unos minutos para llorar en silencio, dejando que las lágrimas saladas se mezclaran y confundieran con las pequeñas gotitas de agua que adornaban su redonda cara.

El pecho le subía y bajaba acompañado de pequeñas sacudidas (que provocaban que sus flácidos pechos rebotaran y parecieran dos flanes). Un hilo de mocos le caía desde la nariz hasta el labio superior. Algunos mechones de pelo mojado se le pegaban a la frente, y comenzaba a dolerle el trasero al estar sentado en aquella incómoda silla. Pero no le importaba. No le importaba nada de aquello en ese momento. Lo único que quería era salir del baño para ver que no había nadie más en casa salvo él, tumbarse en su gran cama con la televisión encendida y pegarse un buen atracón como desayuno.

Con la ayuda de la fría, resbaladiza y mojada pared, tomó impulso para poder levantarse. Giró la rueda que regulaba la intensidad del agua hasta que se convirtió en un silencioso y rítmico goteo y, agarrando la misma toalla que antes, salió de la ducha.

Se miró al espejo aún con la toalla alrededor del cuerpo (se lo colocó por debajo de la axilas dándole una vuelta y asegurándoselo por la parte delantera, entre los pechos, como hacen las mujeres) y se vio los ojos rojos y llorosos. No le gustaba llorar. Ya lo había hecho lo suficiente cuando tuvo que dejar su trabajo y los primeros meses cuando empezó a engordar sin límites. Pero sobre todo lloraba cuando alguno de sus antiguos compañeros (antiguos amigos) iban a visitarlo por sorpresa y lo miraban con esa mirada llena de dolor y tristeza al ver en lo que se había convertido. Muchas veces había pensado en parar de comer tanto y comenzar a tener una vida mejor. Hacer dieta, hacer ejercicio, salir a pasear, buscar ayuda profesional; tanto un entrenador personal como un psicólogo. Pero la comida siempre le llamaba. Y él no podía ignorar el llamado de sus queridos "pequeños pedacitos de cielo".

Comenzó a secarse el cuerpo con demasiada fuerza y su delicada piel se tornó roja por todas partes en cuestión de segundos. Siguió frotándose la rojiza piel con la ya húmeda toalla, llevándose por delante la piel muerta que se desprendía de alguna parte de su cuerpo que él desconocía. Seguía sin querer salir del baño, pero no podía quedarse encerrado ahí dentro para el resto del día por mucho que quisiera. Resignado, comenzó a vestirse.

Se puso ropa interior limpia (ropa interior que empezó a cambiarse todos los días desde la llegada del intruso, ya que antes podía estar días y días con los mismos gallumbos sin preocuparse siquiera en cambiárselos porque "están tan limpios que podría echar un yogurt encima y comérmelo sin problema") y después introdujo como pudo, su gran y grasiento cuerpo dentro de un camisón de color azul cielo que ya comenzaba a ceñirsele un poco por la parte del tronco. Tendré que mirar en la tienda de ropa online y hacerme con algún otro camisón antes de quedarme sin ninguno, pensó. O también podrías dejar de comer como un cerdo y adelgazar de una maldita vez antes de que explotes como si fueras una mina terrestre, ¿qué te parece eso?, dijo una vocecita en su interior (él sospechaba que era su corazón quien le habló. Un corazón que podría sufrir un infarto en cualquier momento de un futuro muy próximo). Por último, se calzó las negras y hechas polvo zapatillas de casa y salió dando tumbos por el pasillo.

Le llegó el olor a café recién hecho, tostadas, mantequilla, mermelada y galletas. Se le hizo la boca agua y por un breve momento olvidó quién se había encargado de prepararle el desayuno mientras él se lavaba los michelines. Parado en mitad del pasillo, aspiró profundo una vez, expulsó el aire y siguió su camino como si no ocurriera ni hubiera ocurrido nada.

Mis 'te quiero' en kilos - IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora