Capítulo 7

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Odiaba el calor. Era incapaz de soportarlo. Sudaba mucho, se cansaba más fácilmente, resoplaba a cada segundo y se sentía pegajoso y asqueroso. Y lo peor del calor eran las noches calurosas. Noches calurosas que significaban dar vueltas, beber agua, dar más vueltas, mirar al techo, beber otro litro de agua, resoplar de frustración y girarse hacia el otro costado para volver a empezar.

Faltaban nueve minutos para las seis de la mañana. Se había despertado hacía casi veinte minutos con la vejiga a punto de explotarle y la lengua y los labios resecos. Sediento, había ido medio corriendo (arrastrando los pies todo lo rápido que podía y aún con los ojos cerrados) hacia el baño, le cambió el agua al canario, experimentando un gran placer y alivio mientras escuchaba el ruido de la orina chocar contra el agua del inodoro y volvió a la habitación. Ahora, sentado sobre el borde de la cama, sudaba por todos los poros de su cuerpo y bebía un largo y necesitado trago de agua. No podía volver a dormir después de que su vejiga lo despertara. Ahora solo quedaba quedarse tumbado o sentado bebiendo agua y tratando de no morir en la batalla contra el calor.

Encendió la televisión que tenía frente a la cama y fue cambiando de canal una y otra vez sin encontrar nada de su gusto. Al final optó por dejar la teletienda. Tal vez encontrara algo que le sirviera, como el masajeador de pies que aparecía en pantalla.

Inconscientemente, echó la mano hacia la mesita de noche, abrió el cajón y sacó un par de barritas de chocolate. Le quitó el envoltorio al primero (una barrita de chocolate con leche y crema de coco), con los ojos fijos en la pantalla, su cuerpo iluminado por la brillante luz de la televisión en la oscuridad de la noche. Masticaba lentamente para poder oír lo que decía la mujer sobre el cachivache en pantalla. Pensó en comprarse el masajeador por un segundo, pero después recordó lo que pasó con el anterior masajeador que compró en la teletienda y decidió cambiar de canal.

Boxeo, teletienda, programas de debate, aburridas partidas de billar, más teletienda. No había nada de interés. Ni siquiera estaban televisando uno de esos programas de cocina que tanto le gustaba ver. Abrió otra barrita, se la metió a la boca y siguió pulsando el pequeño botón del mando a distancia hasta que encontró algo que llamó su atención. Porno.

Hacía mucho tiempo que no consumía ese tipo de contenido (siempre había preferido dejar volar la imaginación cuando se masturbaba), y menos desde que se había puesto como un cerdo. Inclinó la cabeza hacia la izquierda y miró embobado la pantalla, sorprendido por las extrañas posturas y más aún por la elasticidad de la chica, a quien parecía ser que no le suponía ningún problema tener que hacer el pino, levantar la pierna hasta límites insospechados o chuparse el codo.

¿Y tú? ¿Hace cuánto que no te tocas?

Hacía mucho tiempo que no pensaba en ello, pero lo cierto era que llevaba mucho tiempo sin experimentar un orgasmo ni nada parecido.

¿Y no tienes ganas de hacerlo?

En absoluto. A esas alturas de la vida lo último que le apetecía era tener que mantener relaciones sexuales o satisfacerse a sí mismo. Solo de pensar en ello se cansaba y le daba hambre.

¿No te pone ver cómo le rebotan las tetas cada vez que sube y baja por esa enorme polla?

No. No le excitaba ver aquello.

¿Cuándo fue la última vez que te follaste a alguien hasta dejarla seca? ¿Cómo te sentiste todas esas veces mientras las penetrabas, las agarrabas del cuello y veías rebotar sus tetas mientras pedían más? ¿Cuándo fue la última vez que alguien te miró con deseo?

Pensando en todas esas preguntas, se terminó la última barrita de chocolate (chocolate blanco con trocitos de frambuesa y galleta de chocolate negro en el interior) con los exagerados gemidos de la actriz de fondo.

¿Cuándo había sido la última vez que llevó a una mujer a su casa? ¿Y la última vez que una madre lo miró con deseo en los pasillos del supermercado? ¿Y la última vez que la alumna en prácticas le rozó deliberadamente los pechos contra la espalda en la armería bajo la excusa de que tenía poco sitio para pasar y tuvo que pegarse a su marcado y esculpido cuerpo? ¿La última vez que miró hacia abajo y logró verse el miembro viríl? Hacía tanto tiempo desde la última vez que sintió deseo sexual que no recordaba cómo era, cuándo fue y qué debía hacer uno cuando se viera abrumado por la sensación.

Bajó la mirada y se fijó en los calzoncillos azules llenos de pequeños agujeritos. Estiró la desgastada y cedida goma de la parte de arriba y volvió a ponerla en su sitio. Hacía mucho tiempo que no se acostaba con nadie, y dudaba mucho de que alguien quisiera hacerlo viendo la sucia y vieja ropa interior que llevaba. Apoyó ambas manos sobre la tripa y miró al techo hasta que le rugieron las tripas. El hambre atacaba de nuevo. Después de terminarse el último trago de agua se encaminó a la cocina con la botella de plástico en la mano.

Llenó la botella en el grifo y la metió en el congelador para que se enfriara. El reloj de la cocina indicaba que eran las siete menos cuarto de la mañana. Faltaba poco para que llegara "el intruso" para "cuidarlo". Odiaba tenerlo por casa durante tantas horas porque no podía comer tanto como quería. Odiaba que lo vieran comer. O que supieran qué y cuánto comía en un día. Que el chico estuviera por casa significaba que no podía tumbarse en la cama a comer alitas de pollo fritas con salsa picante, beber Coca-Cola, comer espaguetis con queso, un perrito caliente con diversas salsas y cebolla frita, unas cuantas patatas fritas de acompañamiento y más Coca-Cola fresquita y burbujeante.

Se comió una magdalena (seca e insípida, se le hacía bola en la boca), bebió un largo trago de leche y se comió un yogurt de fresa antes de quitarse los gallumbos, meterlos a la lavadora y dirigirse a la ducha. Quedaba cada vez menos tiempo para que el muchacho llegara a casa a revolverlo todo, incordiar y tratar de hacerse amigo suyo. Su mera presencia le resultaba molesta y agotadora, a pesar de que en el fondo de su ser, el chico no le disgustaba tanto como quería hacerse creer a sí mismo. 









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Este capítulo se me hace un poco corto comparado con el resto, pero así es como me ha salido, vaya🤷🏼‍Tampoco es muy intersante, ya que no pasa nada e incluso puede llegar a resultar un poco aburrido, y a pesar de que no quiero que sea una historia muy larga, tampoco quiero ir muy deprisa, es decir, quiero que esta historia transcurra de manera más lenta que las demás (y posiblemente no haya ninguna escena +18. Tal vez alguna como en el capítulo anterior con Gus, pero no tengo intención de hacerlo). Pido perdón por los fallos ortográficos que pueda haber. Volveré a intentar publicar cuando tenga tiempo, pero espero publicarlo pronto. Besis amiwis 💋💋

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Mis 'te quiero' en kilos - IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora