Un mal día. Tenía el presentimiento de que lo sería.
Hoy debía llegar su nuevo y primer asistente y cada vez que pensaba en ello la cara se le contraía en una mueca de enfado y desaprobación. No necesitaba que nadie cuidara de él. Era más que capaz de hacerlo él solo. Puedes hacerlo, sí. Pero no de la manera correcta Jack, dijo una vocecita en su interior. Tenía ganas de agarrar el blanco jarrón de porcelana que estaba perfectamente colocado sobre el mueble de la televisión y romperlo contra el suelo. Ver como las pequeñas esquirlas volaban por el aire y se esparcían por todo el suelo; finas, afiladas, y puntiagudas. Lo haría si pudiera. Con solo respirar sentía que se cansaba cada vez más.
Le sacaba brillo a la pequeña isla de marmol negro en la cocina con una bayeta y un poco de agua jabonosa. Frotaba en el mismo lugar una y otra vez. Sin prestar atención a nada más. Tan dispuesto estaba a dejar la casa como los chorros el oro, que ni siquiera había desayunado (normalmente desayunaba zumo de naranja o cereza, cuatro o cinco tostadas con mantequilla, un buen tazón de cola-cao, dos o tres magdalenas y un par de galletas), y el haber ayunado ya le estaba pasando factura.
Debido al esfuerzo, sudaba en exceso, le costaba respirar, tenía las regordetas mejillas de un color rojizo y la camiseta se le había pegado tanto en la espalda como en el pecho (se le marcaban las tetas y los pezones más de lo habitual) y sentía que las gotas de sudor que le resbalaban por la espalda le llegaban hasta la raja del culo, haciéndole cosquillas.
Agotado, se sentó en uno de los taburetes de color blanco (hizo un ruido como si estuviera a punto de romperse, pero aguantó como un campeón), se secó el sudor de la frente con la camiseta, se rascó el culo y bostezó llevandose a la boca la misma mano con la que acababa de rascarse las posaderas.
- Por Dios, no puedo más. Me va a dar algo si sigo así -miró el reloj situado sobre la nevera; las 09:13 AM-. Mierda. Me duché ayer y ahora tengo que volver a hacerlo para no oler a jabalí recién salido del bosque. Huelo y sudo como si hubiera corrido una maratón.
Tiró el trapo de color amarillo chillón a la fregadera y dando pasitos rápidos (todo lo rápidos que sus doloridos tobillos le permitían) se fue a la habitación a buscar ropa limpia para cambiarse después de un buen remojón en la ducha.
Con el armario abierto de par en par, rebuscó entre todas sus prendas tratando de desordenar lo menos posible las estanterías. La camiseta blanca fuera. Está verde también fuera. Además está llena de agujeros y lo último que necesito es que el tipo o la tipa que va a venir a casa a "cuidar de mi" vea que necesito ayuda porque eso no es cierto y pienso demostrárselo. El camisón azul también fuera. Si me lo pongo pensara que soy demasiado gordo y tengo muy poca movilidad como para poder ponerme unos dichosos pantalones. Pues no. Voy a ponerme los mejores pantalones que tengo.
Con el entrecejo fruncido y los labios apretados, agarró unos vaqueros azul oscuro de una de las estanterías. Una camiseta grande de color rojo y un dibujo de un perrito caliente a punto de darle un buen mordisco a un hombre con gafas de sol, unos calzoncillos negros con la goma de la cintura echa polvo y unas zapatillas de casa del mismo color que la ropa interior. Con todas las prendas entre sus rechonchos, blanditos y gelatinosos brazos, fue al baño volviendo a dar pasitos rápidos, preocupado de que el tiempo se le echara encima y no estuviera presentable para cuando llegara el cuidador (o la cuidadora) al que pensaba echar de su casa de una patada en el culo.
Se desvistió rápidamente, lanzó la ropa sucia hecha una pelota al cesto de la ropa sucia creyéndose el mejor jugador de baloncesto de la historia, cogió la silla que siempre tenía al lado del lavabo y se metió a la ducha con ella.
Con el enorme y celulítico culo sobresaliéndole por todos lados de la pequeña silla y la alcachofa de la ducha en la mano izquierda, empezó a echarse agua por todas partes. Primero en la cabeza, después en la papada, la tripa, las piernas y los pies, la gran espalda, y por último, sus partes íntimas, que se encontraban perdidas en algún lado debajo de la gran masa de carne que le colgaba un poco más arriba (hacía tanto tiempo que no se había visto el pene que dudaba de que aún estuviera ahí. Cabía la posibilidad de que se la hubiera comido estando dormido).
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
RandomConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...