Con cada día que pasaba, se sentía cada vez más enérgico. Más lleno de vida. Con más ganas de levantarse de la cama dando un salto enorme, sonreírle a la vida y decirle: hoy estoy de muy buen humor, y no pienso dejar que me jodas el día, maldita perra.
El desayuno le había sentado genial. Las siete horas y media que había dormido también. La ducha fresquita y la paja mañanera también le habían sentado genial. El fresco aire que entraba por la ventana del salón y le aireaba a la entrepierna (caminaba por la casa como Dios lo trajo el mundo) también le estaba sentando de maravilla. Todo era una maravilla. Hasta pisar una gran, reciente y caliente mierda de perro en la calle le haría sonreír de oreja a oreja. Hacía mucho tiempo que no se sentía así de alegre. Y, por supuesto, su felicidad tenía nombre y apellido; Jack Conway.
Ese hombre regordete y cabello lustroso de color negro azabache. Ese hombre de labios carnosos embadurnados en aceite de patatas fritas y la camisa llena de pequeñas miguitas de magdalena de chocolate. Ese hombre al que las camisetas le quedaban pequeñas y dejaban al descubierto su prominente barriga y que tenía salchichas por dedos. El mismo hombre que corría hasta el baño arrastrando los pies y apretándose la entrepierna para no mearse encima. Ese era el hombre que quería en su vida. El hombre que creía merecerse. El hombre que lo hacía feliz, y al que quería hacer feliz.
Con ambas puertas del armario abiertas, daba vueltas a toda la ropa bien doblada y planchada, dejándolo todo arrugado y fuera de lugar mientras bailaba al son de la melodía que salía de los altavoces de la radio.
Una camiseta negra de manga corta por aquí. Un calcetín corto rosa y otro verde por allá. Unos pantalones ajustados (pretendía, y estaba seguro de que lograría seducir a Conway con sus nalgas bien apretadas) de color negro que volaron por los aires y cayeron sobre la cama deshecha en un perfecto aterrizaje. Unas deportivas negras y un cinturón de color gris para complementar todo el conjunto.
Poniendo morritos y bailando, se acercó a la cama y procedió a vestirse.
Primero los calcetines de color neón (más propios de una rave que de trabajo), después la camiseta que marcaba sus pectorales y por último, los pantalones que se subió haciendo un baile de culito, pues era probable que últimamente, unos pocos kilitos de más se le hubieran amontonado en las caderas y el culo. Adoro comer sano, pero no voy a ensuciar más platos y utensilios de cocina para hacerme mi propia comida. Además, a mi también me gustan los macarrones con queso y sus trocitos de bacon acompañados de un poco de Coca-Cola de vez en cuando. Ya los bajaré.
Se disponía a calzarse las desgastadas zapatillas cuando sintió una sensación extraña de cintura para abajo. Sentía demasiado roce con el pantalón, los cuales eran ajustados, pero no tanto en su opinión. Lo sentía como un frescor muy agradable en su cosita. Como si su coleguita se moviera mucho, como si bailara como había hecho él hacía unos momentos. Sentado al borde de la cama con el cinturón en una mano, las cejas fruncidas y el puño apoyado en la barbilla en una pose muy parecida a la escultura 'El Pensador', cayó en la cuenta de porqué su colega campaba a sus anchas.
- Noooo... ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para merecerme esta condición de Dory? Mierda.
Restregándose la cara con la palma de la mano, volvió sobre sus pasos hasta el cajón de la ropa interior y agarró al vuelo los primeros que pillo. Se quitó los pantalones a desgana, encerró a su mejor amigo en esa jaula de tela cien por cien algodón y volvió a hacer el baile del culito para lograr subirse los ajustados pantalones hasta las caderas. Echó un último vistazo a la habitación (la cama deshecha, ropa interior sucia por el suelo, un tazón de leche con cereales a medio comer sobre la mesita de noche), agarró todo lo necesario metiéndolo en la mochila y salió a la brillante luz del día a pedalear con entusiasmo directo al trabajo de sus sueños.
Nada más entrar, vio a Conway dormido en el sofá. Con esas migas de magdalenas tan características en él sobre su pecho, la camiseta un poco levantada y los pies descalzos. Por mucho que hubiera pensado en cómo sería ello y se lo hubiera imaginado de mil maneras diferentes, sus ojos se desviaron desde su rostro hasta la entrepierna, donde podía percibirse una erección, sin poder creerse lo que sus ojos veían, ¿Qué estás soñando Conway? ¿Estás soñando conmigo, un bote de nata montada y un enorme tarro de nocilla?
No podía apartar la mirada de su entrepierna, sus pupilas se habían dilatado y le brillaban los ojos. Sentía el impulso de tocarlo. Sólo un poco. Rozarle la punta del pene por encima de la ropa. Darle un pequeño toquecito. Tal vez incluso tocarle uno de esos pequeños y adorables pezones que tenía.
Fascinado por la belleza de tal erección, alargó la mano lentamente hacia ella sin dejar de admirarla. Poco a poco. Cada vez más cerca. Los ojos cada vez más brillantes. Los labios entreabiertos y brillantes al pasarse la lengua en ellas para humedecerlas. La punta del dedo índice muy cerca de tocar la dura masa de carne.
Ey, ¿qué coño haces, degenerado? ¿No ves que está dormido o qué te pasa? ¿De verdad piensas tocarle la polla a un tío que está dormido? Estás muy jodido de la cabeza si crees que eso está bien... Sí, vale, es una buena polla, en eso te doy la razón. Al menos lo parece, vaya. Pero, sigue estando dormido y sería un poco raro manosearlo mientras está en el quinto sueño. Menos mal que yo, es decir, tu conciencia, estoy aquí para sacarte de estos apuros, capullo. Aparta la mano de ahí y ponte a trabajar antes de que se levante y te vea delante de él con un dedo apuntando a su preciada, gordita y dura cosita dispuesto a tocarlo. Venga, mueve el culo.
Con el corazón dando brincos de un lado a otro dentro de su caja torácica, apartó la mano lo más rápido que pudo y se dirigió a la cocina tratando de hacer el menor ruido posible. ¿Cómo se le había ocurrido semejante cosa? ¿A quién en su sano juicio le parecería bien y buena idea hacer algo como eso? ¿Qué le había pasado? En la vida había ocasiones en las que uno debía dejarse llevar, pero aquello... Había estado a punto de cruzar la línea y se sentía inmensamente mal por ello. Sintiéndose enfermo y con un gran vacío en el pecho, se dirigió a la cocina para tomar unas cuantas bocanadas de aire y serenarse.
Después de un minuto que le pareció una eternidad, comenzó a recoger en silencio la poca vajilla sucia esparcida por la cocina en absoluto silencio. Un silencio que se vio interrumpido por un sonoro ronquido que llegó desde el salón a sus oídos.
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Sé que ha pasado un tiempo desde la última vez que publiqué y que dije que pronto volvería a publicar y no lo hice, pero, aquí estoy. Tengo varios caps escritos, corregidos y listos para publicar (no sé si escribiré alguno más o le daré un final dentro de poco) y hoy publicaré dos de ellos (este y otro más) para compensar un poco el tiempo que he estado sin aparecer y a partir de mañana ya iré publicando los capítulos escritos poco a poco para así poder echarles un vistazo más y asegurarme de que está todo correcto.
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
AcakConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...