Habían pasado casi nueve meses desde que se conocían. Nueve meses de los cuales los primeros fueron un infierno para él. Al principio odiaba verlo rondar por casa. Le agobiaba. Toqueteaba todo, preguntaba cosas todo el tiempo, trataba de establecer una conversación con él, manoseaba su ropa interior y la doblaba y colocaba perfectamente en su sitio. Lo sacaba de quicio. Pero desde hacía unos meses que las cosas entre ellos habían cambiado. Ahora se llevaban bien. Le había costado acostumbrarse al chico, pero lo había conseguido. Le gustaba estar con él. Le gustaba tener compañía en casa, pues no se sentía tan solo como antes. Era agradable tener a alguien con quien charlar, pero también era agradable tener a alguien con quien sentarse y estar en silencio; un silencio agradable.
Giró la cabeza hacia la derecha y observó el reloj digital sobre la mesita de noche. Los números marcaban las 07:53 am. Era hora de levantarse.
Se incorporó como pudo y se quedó sentado en la cama. Miró su enorme panza (cada vez más grande) y le rugieron las tripas. Siempre tenía hambre. Era insaciable. Necesitaba comer, y por suerte, el chico estaría al llegar para prepararle un delicioso y poco saludable desayuno.
Si antes estaba gordo, ahora lo estaba más. Rondaría los ciento noventa o doscientos kilos. Tal vez incluso sobrepasaba los doscientos kilos. Apenas era capaz de moverse por culpa de la grasa que le colgaba por todas partes. Le dolían los tobillos cada vez que se ponía de pie. Las rodillas crujían bajo su enorme peso a cada paso que daba. Los codos apenas eran visibles bajo las capas de grasa. Su papada, flácida, colgaba y temblaba como si fuera gelatina cada vez que hablaba. Su espalda era cada vez más ancha y su trasero sobresalía por todas partes cuando se sentaba en una silla.
Con el rostro contraído en un gesto de agonía y dolor, posó los pies sobre el suelo, se impulsó con las manos (apenas apoyaba la mano derecha sobre el colchón) y se levantó, gimiendo de dolor y esfuerzo. Tomó una bocanada de aire, exhaló y se rascó la cabeza. Se frotó los dedos y los notó aceitosos. Hacía días que no se duchaba. Olía mal; a sudor, a comida, a sucio, a cerrado. Se prometió que hoy se ducharía y que le pediría ayuda al chico si era necesario, como había hecho otras veces. Asintió para sí mismo y, respirando trabajosamente (su pecho emitía un silbido preocupante a cada respiración), echó a andar a pasos cortos y lentos hacía el salón cuando recordó lo ocurrido hacía pocos meses.
Se encontraba sentado sobre el blando, hundido y deforme cojín del sofá, con los ojos cerrados; descansando. Escuchaba ruidos provenientes de lo que parecía ser el baño. Suponía que el muchacho estaría limpiando la mugre acumulada en las juntas de los azulejos y le ponía fin a la invasión de la cal, que se había hecho con la mayor parte de la alcachofa de la ducha.
Había tenido una mala noche y apenas había podido dormir. Incluso entonces, cuando necesitaba y quería dormir un poco, no podía. Su mente no dejaba de pensar estupideces y era incapaz de alejar los pensamientos intrusivos, que lo atacaban una y otra vez. Suspiró una vez más y se acomodó mejor sobre el sofá, echándose sobre las piernas una vieja y raída manta de color marrón oscuro.
Escuchó los pasos del chico, que se acercaban por el pasillo. Lo escuchó pararse en el salón y preguntar en voz alta si estaba dormido. Iba a responderle que no, pero estaba tan cansado que las palabras no salían de su boca. Era incapaz de hablar, ni siquiera podía abrir los ojos un pelín.
Suspiró sonoramente y ladeó la cabeza hacia la derecha con la esperanza de que aquello le hiciera saber al chico que estaba despierto. Escuchó que el joven balbuceaba un 'pues no, no estás despierto' y decidió seguir sentado tratando de conciliar el sueño.
Los pasos se reanudaron, pero esta vez se dirigían hacia él. Cuando el chico estuvo cerca y se sentó a su lado, pudo oler el champú y la crema corporal que utilizaba. Olía realmente bien. Agradable, dulce y delicado; como él. Notó las suaves y delicadas caricias que le proporcionó desde la frente hasta la barbilla y trató de disimular el pequeño estremecimiento que le recorrió el cuerpo. ¿Qué estaba haciendo?
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
RandomConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...