Capítulo 16

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Los días pasaban y pasaban. Algunos días más rápido que otros, pero todos eran días que nunca más volverían. El paso del tiempo era una marcha interminable. El tiempo lo cambiaba todo. No entendía de edades ni razas. De sexos ni de categorías. El tiempo pasaba igual para todos. Te levantabas un día y de pronto, todo había cambiado a tu alrededor. Te volvías incapaz de reconocer a nada ni a nadie. Ni siquiera a uno mismo. Sí. El tiempo lo cambiaba todo. El tiempo era y siempre sería sinónimo de poder. El tiempo es poder, y, ¿quién no quiere más tiempo y más poder?

El sol aún no había salido. Se asomaba por entre las montañas; tímida. El cielo estaba clareando y algunas pequeñas nubes blancas y esponjosas como algodón adornaban el despejado cielo matutino. Los gatos callejeros buscaban comida derribando contenedores de basura abarrotados de porquería y moscas enormes que volaban de un lado a otro, zumbando sin parar, como atontadas. Los pajarillos comenzaban a cantar las primeras notas del día mientras alzaban el vuelo y volaban en bandada hacia el horizonte. Los barrenderos pasaban la escoba por las calles desérticas y los dueños y empleados de los pequeños establecimientos caminaban como zombis hasta su lugar de trabajo, pidiéndole al cielo poder dormir cinco minutos más, esperando que su deseo se hiciera realidad.

Y ahí estaba él. De pie, en la cocina. Con un cigarro en una mano y un café cargado en la otra. Despeinado, con ojeras, soñoliento y con unas ganas terribles de volver a la cama, taparse hasta arriba con la sábana, y no levantarse en unas trece horas. Estaba cansado. Apenas había dormido. Había sido una noche larga. Una de esas noches en las que por más que uno quisiera dormir, no lo conseguía, y lo único que lograba era dar vueltas en la cama y dar más vueltas aún a las tonterías que proyectaba la mente de uno en la tranquilidad y el silencio de la noche. Había sido una noche de mierda.

Bostezó por séptima vez en cinco minutos y estiró todas las extremidades de su cuerpo, relajándose al instante. Ahora mismo lo único que necesitaba era a alguien que le diera un buen masaje en la espalda. Que le apretaran con fuerza todos los nudos de los hombros y la zona lumbar. Que le liberara de toda la tensión acumulada durante todos esos meses y años.

Se restregó la cara y le dio una profunda calada al cigarro. Un montoncito de ceniza cayó sobre la mesa pero no le importó. Estaba absorto observando la roja y ardiente punta del cigarrillo. Un rojo-anaranjado brillante. Un color llamativo. Un color bonito. Le gustaba mucho el color rojo. El color rojo, al igual que el tiempo, significaba poder. Significaba amor, pasión, seducción, lujuria. Pero también significaba violencia, ira, malicia, venganza. Todas aquellas palabras eran poderosas, pero, ¿con cual de todas se quedaba? ¿Con el amor? ¿Tal vez con la ira? ¿Puede que con la lujuria? ¿O quizá con la venganza? Todas ellas transmitían fuerza y poder, pero era difícil para él elegir una con la que quedarse, una que lo describiera; que lo simbolizara.

Aplastó el cigarrillo en el cenicero mientras expulsaba el tóxico humo lentamente, saboreando la nicotina, dejándose llevar por la sensación de relax que le proporcionaba la sustancia. Se llevó una mano a sus partes nobles y se rascó los testículos. Era placentero rascarse ahí abajo. Uno empezaba y no podía parar. Todos los hombres lo hacían. Había que hacerle caso al amiguito de vez en cuando, aunque fuera solo para aliviar el picor. Bostezó de nuevo y, utilizando los dedos pulgar e índice como pinzas, se abrió los párpados en un intento inutil por mantenerse despierto. Cuando pasaron cinco segundos cerró los ojos con fuerza y parpadeó repetidas veces para humedecérselos y deshacerse de la sensación de ardor. Tenía unos ojos demasiado bonitos como para echarlos a perder haciendo el idiota. Sus ojos eran uno de sus mejores atributos, lo tenía comprobado. Si su boca no conseguía manipular lo suficiente a alguien para conseguir lo que quería, lo haría con la mirada. Nadie podía resistirse a esos ojos del color del mar. Un color profundo que atrapaba a cualquiera que se atreviera a mirarlos.

Mis 'te quiero' en kilos - IntenaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora