Se despertó sobresaltado por el sonido de su propio ronquido. Después de ducharse, se había quedado dormido en el sofá del salón. Escuchó ruido en la cocina. Seguramente era el muchacho recogiendo alguna cosa desperdigada que hubiera por ahí. Alarmado al recordar la ducha, abrió los ojos de par en par y se miró de arriba abajo. Estaba vestido. Con la tripa al aire y los pies descalzos, pero vestido.
Se levantó despacio y fue a la cocina, donde el chico sacaba la vajilla limpia del lavavajillas y la metía en los armarios que correspondían a cada objeto. Al llegar a la puerta, se paró en el umbral sin saber qué hacer. Al estar inclinado hacia adelante, la camiseta se le había subido unos centímetros y se veía la goma de unos calzoncillos morados con estampado de platillos volantes. Las regordetas mejillas se le pusieron rojas como tomates en cuestión de segundos y su cerebro lo sacó del estado de somnolencia en el que se encontraba de una patada en el trasero. Había estado tan profundamente dormido que no se enteró de nada de lo que pasaba a su alrededor al despertarse, y se había dirigido a la cocina con una notable erección. Una erección que se veía desde lejos gracias a los desgastados pantalones de chándal que no ayudaban en absoluto.
Totalmente avergonzado, se echó las dos manos a la entrepierna para ocultar la dureza de esta, y en silencio, comenzó a dar pequeños pasitos hacía atrás, con la mirada aún fija en el elástico que ejercía de barrera impidiendo que los OVNIS pudieran escapar de ese ajustado trozo de tela. Un pasito. Otro pasito. Otro más. Un cuarto pas... El corazón le dio un vuelco al chocar contra el marco de la puerta, y se le fue el alma a los pies el ver que el chico dejaba caer un plato y se giraba de golpe con una mano en el pecho. Inconscientemente, se apretó la entrepierna con ambas manos.
- Joder Conway. Qué susto me has dado. Sé que no te agrado mucho, pero no pensé que fuera como para querer matarme de un infarto en tu propia casa.
- Lo... Lo siento.
Se dio la vuelta y salió rápidamente de la cocina, con la tripa balanceándose de un lado a otro con cada paso que daba.
Aprovechó para recoger un poco su habitación mientras pensaba en la terrible mañana que llevaba. Acababa de despertarse y había pasado de todo. Y todo eso había pasado por culpa de ese maldito sueño. Y ese maldito sueño había ocurrido por el maldito video porno que había visto en la tele. Hacía años que no pensaba en ella. Recordaba que se llamaba Sandy y que fue su novia durante la época de instituto. En su sueño era más mayor, pero seguía siendo ella. Los mismos ojos verdes. Los mismos labios rosados. El mismo pelo enmarañado de color naranja brillante (su pelo siempre le había recordado a una calabaza). Las mismas cejas finitas y las mismas pecas que salpicaban todo su rostro. Lo único que había cambiado habían sido las tetas. Sí. Eran más grandes. Más redondas. Más hermosas. Con unos pezones pequeños y preciosos que contrastaban a la perfección con su blanca piel. Sí. En el sueño había visto perfectamente cómo eran. Las había saboreado hasta que se le durmió la lengua. Recordaba también haber saboreado algo más suculento entre sus piernas hasta que se le hizo la boca agua.
Ante el recuerdo del sueño, su mano fue sola hacia su entrepierna, masajeándose despacio por encima de la ropa. Sí, señor. Aún podía ver como rebotaban sus pechos mientras lo cabalgaba. Podía sentir el calor y la humedad dentro de ella. La escuchaba gemir incluso. Gemidos ahogados y de voz dulce. La cascada de pelo rojo que caía sobre su cara y la sonrisa pícara en sus labios. La sensación de sus pezones al ser retorcidos y el cosquilleo en su cuello provocada por unos labios suaves y deliciosos. Esa voz melodiosa sobre su oído que decía: ¿te gusta así? Y sus pequeñas y delicadas manos, que cogían las suyas, grandes y ásperas y las colocaba sobre los pechos más perfectos que jamás hubiera visto, incitandolo a apretar y estirar los pequeños y sensibles salientes de color marron clarito. Y ella, quien seguía subiendo y bajando por su pene a un ritmo lento y constante, apretándole el pene cada vez más. Cada vez más cerca del orgasmo. Cada vez más cerca de sentir cómo sería correrse dentro de ella. Cómo sería sentirla temblar sobre él al llegar al orgasmo. Pero todavía no. Aún había que disfrutar más.
La tumbó boca abajo sobre la cama y, agarrándola por las caderas, le puso el culo en pompa. Se tomó unos segundos para admirarla. Estaba mojada. Muy mojada. Podría ver como su vulva relucía a causa de los fluidos vaginales desde lejos. Una vulva bonita. Con un labio menor un poco más grande que el otro. De un tono rosa que incitaba a la lujuria y lo pecaminoso. Acariciaba su humedad con el pulgar y descubría que se deslizaba fácilmente. Acariciaba la entrada de la vagina, los labios menores y los labios mayores, jugueteaba con el clítoris, acariciándolo de lado a lado, de abajo arriba, sintiendo como sus piernas temblaban, y de nuevo volvía a la húmeda y estrecha vagina para poco a poco introducir el pulgar. Ella se estremecía, ahogaba un gemido y levantaba más las caderas ejerciendo presión con las paredes vaginales alrededor del pulgar. Le proporcionaba una nalgada y ayudándose con la mano, acercaba su pene hasta la entrada, lo movía hacia arriba y hacia abajo, dejando que los fluidos vaginales y el líquido preseminal que emanaba desde el glande se entremezclasen. Al bajar la mirada, la imagen que vio lo sorprendió. Hacía mucho tiempo que no lograba verse el pene. Y ahí lo estaba viendo. Ni grande ni pequeño, ni muy fino ni muy grueso. Un último apretón de nalgas y la penetró hasta llegar lo más profundo que pudo.
Por primera vez en mucho tiempo, gimió. Con los ojos cerrados con fuerza y los labios entreabiertos dejó escapar el gemido. Le llevó unos segundos darse cuenta de lo que había pasado. De haber recordado el sueño pasó a fantasear, y en algún momento comenzó a masturbarse sin darse cuenta de lo que estaba haciendo. Hacía tanto tiempo que no se tocaba que le había bastado con pasarse la palma de la mano por el largo del pene mientras llevaba la ropa puesta y pensar en una mujer de la cual no sabía nada desde hacía mucho tiempo para eyacular.
Con pequeñas gotitas de sudor cayéndole por la frente, se quitó la ropa, se limpió el semen con un kleenex y volvió a vestirse con un camisón y ropa interior limpia sin saber que al otro de la puerta, había un intruso que había oído todo lo que había pasado.
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
RandomConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...