Nota: Acabo de terminar de escribirlo hace poco y de corregirlo ahora mismo. Si hay algún fallo, pido perdón.
Un día más de trabajo era un día bien aprovechado.
El sol brillaba en lo alto a unos 18ºC perfectos a pesar de la temprana hora. La música que sonaba en su emisora favorita de radio era perfecta. El café, perfecto. Las tostadas (negras como el carbón) también eran perfectas. En resumen, todo era perfecto.
Desayunaba en la pequeña cocina de su casa en silencio. Escuchaba la música que sonaba a un volumen bajo mientras le daba un buen mordisco a su tostada con mermelada de frambuesa y hacía tintinear la cucharilla contra las paredes de su taza blanca mientras removía el azúcar de su café; negro y amargo.
Estaba feliz con su nuevo trabajo. Bueno, el trabajo no era nuevo, pero sí el paciente. Le gustaba aquel hombre, aunque supiera que a él no le agradaba en absoluto su presencia. De todas maneras, solo había estado presente un día. Ya tendría tiempo para acostumbrarse a él. Algo en aquel hombre le resultaba atractivo, amén de adorable.
Le gustaba la forma en la que su su prominente barriga colgaba. Le gustaba la forma en la que se movía esa masa de carne cada vez que daba un paso. Le gustaba su papada. Le gustaban sus mofletes, rojizos e hinchados (le recordaba a los mofletes de un hámster que se hubiera metido a la fuerza en la boca toca la comida que pudiera). Le gustaban sus carnosos brazos. Sus labios gruesos. Sus gordos y rechonchos dedos de las manos. Le gustaba también esa manera tan peculiar de caminar que tenía. Le gustaba todo de él. Era simplemente adorable.
Ayudándose de una cucharilla, cogió más mermelada del tarro y la untó sobre la calcinada tostada. Se llevó el trozo de metal a la boca y saboreó el dulce sabor de la frambuesa, sintiendo que se le hacía la boca agua. De un último bocado, se terminó el pequeño trozo de pan (que más que una tostada con mermelada parecía mermelada con un trozo de tostada), le dio un buen trago al café y llevó los trastos sucios a la fregadera. Los enjuagó con un poco de agua y los metió uno a uno en el lavavajillas.
Miró la hora en el móvil. Las 07: 03 AM. Se daría una ducha rápida (sin lavarse el pelo), echaría a lavar la poca ropa sucia que tenía en la habitación, e iría a casa de Conway en bicicleta.
Con la vieja radio en una mano, se fue a la habitación a coger ropa limpia. Una camiseta de manga corta de color gris sin dibujo (no era muy fan de las camisetas estampadas, pero le gustaba mucho ver que Conway las utilizaba), unos pantalones vaqueros azul claro, calcetines tipo pimkie de color gris, unos calzonzillos negros y las mismas zapatillas blancas que se puso el otro día. Sujetando toda la ropa entre el brazo izquierdo y el torso, se encaminó al baño mientras se sacaba los gallumbos de la raja del culo distraídamente.
Colocó la ropa sobre la tapa de la taza del váter y abrió el agua a una temperatura templada. Se miró en el espejo por un momento y se lavó los dientes con pasta dental de sabor fresa (porque el de menta le picaba demasiado) antes de meterse a la ducha. Con toda la boca y la comisura de los labios llenos de espuma, fingió ante el espejo tener la rabia. Al verse, le dio un ataque de risa y provocó que casi se ahogara con su propia saliva. Rojo como un tomate y con los ojos llorosos, decidió que había hecho el estupido lo suficiente por aquella mañana, se enjuagó la boca con un enjuague bucal (de sabor fresa también) y se quitó la ropa interior mientras escupía el líquido en el lavabo.
Echó un buen chorro de gel de baño en la esponja y comenzó a frotarse todo el cuerpo con ella. Los brazos, las piernas, las nalgas, sus partes íntimas, la espalda, el cuello, el torso, las axilas y la planta de los pies. Bajó un poco la temperatura del agua y se quitó todo rastro de jabón espumoso de su suave y perfecta piel. Una vez fuera, se secó con una toalla, la echó al cesto de la ropa sucia junto con los calzoncillos que se había quitado antes y procedió a untarse el cuerpo con crema corporal con aceite de argán, dejándose la piel húmeda, brillante e hidratada. Cuando se hubo vestido, se dirigió a la cocina, agarró el móvil y volvió a mirar la hora. Las 07:32 AM. Si no quería llegar tarde al trabajo, tendría que salir de casa en ese mismo momento como una mecha. A la velocidad del rayo, cogió todo lo necesario, se colocó sobre la espalda la pequeña mochilita que tenía al lado de la puerta principal y que dejó preparada la noche anterior (como hacía siempre que debía ir a trabajar), salió dando un portazo y bajó las escaleras a prisa y corriendo con la roja bicicleta a cuestas.
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
RandomConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...