Cuatro años después
Estaba tumbado en la gran cama viendo la televisión. Uno de esos programas en los que una novia guapa, emocionada y ansiosa por la boda busca un bonito vestido para impresionar al novio el gran día. Tenía entre las piernas (dos masas deformes llenas de celulitis) una gran bolsa de patatas fritas a punto de sal. En la pequeña mesita de noche, unos cuantos envoltorios vacíos de chocolatinas de todos los tipos y un refresco de tamaño mediano.
Los pantalones negros, aunque hanchos, se le ajustaban un poco sorbre los muslos, y la camiseta negra (con lamparones de a saber qué tipo de salsa o aceite) se le había subido hasta la mitad de la panza y debaja a la vista su sobresaliente ombligo. Con la mano aceitosa y llena de pequeños granitos de sal, se rascó la tripa, dejando un pequeño rastro de aceite sobre ella.
La barba de tres días (que en realidad venía a ser una barba de hace casi dos semanas) le picaba y le molestaba. Pero estaba demasiado cansado y hambriento como para levantarse, irse al baño y pasarse la maquinilla eléctrica para deshacerse de los pelillos que tanto le molestaban y picaban.
Metió la mano en la bolsa, agarró unas cuantas patatas fritas con los dedos (dedos como morcillas de gordas) y se los metió a la boca, todos a la vez. Algunos trocitos le cayeron sobre el pecho, la tripa y la cama. Sin apenas apartar la mirada de la pantalla (donde la novia, alta, guapa, de cuerpo esbelto, rubia y de ojos verdes lloraba y discutía con su hermana -una mujer algo menos agraciada que ella pero igualmente bella-, porque no encontraba el vestido ideal) buscó a tientas las migajas y se las fue metiendo a la boca. Se chupó los dedos, saboreando el aceite y la sal con los ojos cerrados. Esos momentos, esos sabores... Eran el paraíso.
Volvió a meter la mano en la bolsa de las frituras solo para darse cuenta de que estaba vacía. Solo quedaban pequeños rastros de lo que alguna vez fueron las ricas, deliciosas y suculentas patatas. Agarró la bolsa por la parte de abajo, se lo acercó a los labios (aceitosos y resbaladizos) e inclinó la bolsa hacia arriba dejando que las pequeñas partículas se deslizaran hasta su boca. Las saboreó deleitándose ante el delicioso crujido que emitían al aplastarlos con los molares.
Sin molestarse más de lo debido, dejó la bolsa sobre la cama (junto a otra bolsa de tamaño maxi de Doritos, los cuales eran sus favoritos), cogió el refresco y con la pajita entre los regordetes labios, succionó hasta la última gota que le quedaba en el vaso.
A esas alturas, la novia ya había abandonado el establecimiento. Había gritado, había llorado, le había echado toda la mierda que podía y más a su hermana y ahora estaba frente a la cámara diciendo que jamás encontraría el vestido perfecto para la boda, lo cual arruinaría el gran día, y como un niño pequeño que tiene una pataleta, dijo que ya no quería casarse. "Sin vestido no hay boda" había dicho. Y sin comida no hay felicidad.
Sentía rugir las tripas. Tenía hambre otra vez. Era insaciable. Ahí, donde estaba su enorme tripa (llena de estrías), había un agujero negro donde deberían estar sus intestinos. Cuanto más comía más hambre tenía. Y cuanto más comía, más asco se daba a sí mismo. Pero ese sentimiento de culpa, dolor, asco y repulsión hacia sí mismo desaparecía en cuanto volvía a meterse a la boca un trozo de croissant relleno de chocolate, que se le deshacía en la boca.
Giró su gran cuerpo hacía la derecha y emitió un quejido al haberse aplastado sin querer la mano derecha. Una vez se hubo recuperado, se arrastró como una anaconda (una anaconda que se hubiera comido aproximadamente dos o tres niños y apenas pudiera moverse) hasta llegar a la mesita. Abrió el primer cajón donde guardaba sus dulces (sus "pequeños pedacitos de cielo", como los llamaba él) y frunció el ceño al ver que el cajón estaba vacío, salvo por más envoltorios de caramelos y chocolatinas, a los que ni siquiera podía chuparles el chocolate derretido del plástico pues ya lo había hecho. Con un resoplido, se levantó a duras penas de la cama para ir al baño a orinar.
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Mis 'te quiero' en kilos - Intenabo
RandomConway, tras sufrir un accidente laboral que le impidió conservar su trabajo, se sumió en una depresión y se encerró en casa durante años. La situación lo llevo a aumentar peligrosamente su peso hasta alcanzar cifras exorbitantes. Pero la situación...