LA LLAMADA

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–Guille, Guilleee, ¡¡¡Guilleeeeee!!!

–Joder salta el puto contestador. –dije ya cabreado.

–De verdad este niño no sé para que mierda quiere el ultimo iPhone si luego no contesta nunca el puto teléfono.

Vale, si estaba de mal humor. De muy mal humor.

Era viernes ya y aun no sabia nada de Guille. La desesperación comenzaba a apoderarse de mi cuerpo. Tenía un pinchazo constante en la parte trasera de la cabeza, más concretamente en la parte lateral izquierda. Era como una punzada constante, como si un taladro y un martillo se pelearan por ver quién era más fuerte justo en esa parte concreta de mi cuerpo. Vaya suerte la mía... He sufrido ataques de migraña a lo largo de toda mi vida. Y el hecho de no saber nada de Guille por varios días no estaba ayudando.

*Y no haber vuelto a ver a cierta sirenita y sus maravillosos vestidos tampoco*

No es el momento. Cállate.

No era el hecho de no saber nada sobre él. Era que tampoco había ninguna historia suya por las redes. Y lo que más miedo me daba de todo, no había venido a gorronear la comida de la nevera ni a liarme para algún plan loco de los suyos. Sinceramente le echaba de menos. Mi vida sin Guille era tranquila, demasiado para mi gusto tal vez.

¿Y si estaba rayado por la fiesta?, ¿O por Marcos?, ¿O por Sara?

Mil preguntas invadieron mi mente pero ni una sola de mis dudas o ideas paranoicas me hizo obviar la más clara de mis opciones. Lo único que podía hacer en estos casos de desaparición que personalmente me gustaba nombrar "CUIDENSE", es una historia muy larga...

Esto solía pasar de forma habitual, por desgracia.

Guille solía hacer alguna estupidez, como la fiesta de Sara por ejemplo. Llegaba a su casa y comenzaba a pensar. Mala idea, siempre es mala idea pensar los actos realizados durante una fiesta y más si es una con un final caótico. A Guille le entraba la vergüenza y sé encerraba en su casa. Se evadía del mundo, de absolutamente todo el mundo. Normalmente a mi por lo menos me contestaba las llamadas cuando pasaba un día o dos como máximo pero esta vez estábamos ya en el tercero. Tenía que actuar.

Me arregle, después de estar más de 40 minutos en la ducha. Agua calentita, música y un pequeño concierto privado. Era difícil tardar menos. Busque las llaves del coche, que resulta ser que habían acabado detrás del sofá. ¿Cómo?. No lo sé.

*Te recuerdo que el otro día llegaste, las tiraste y te pusiste histérico de la alegría por cierta sirenita muy guapa de cara y de mas cosas...*

Es verdad.

Salí de casa, casi corriendo y me fui directo al piso de Guille. No vivía muy lejos. Caminando eran 20 minutos aproximadamente como mucho. Pero siempre había odiado caminar, aunque fueran 2 minutos, sentía que iba lentísimo. Prefería llegar rápido a los sitios. Así que cogí el coche y en 5 minutos ya lo había dejado en mi plaza del garaje. Sí, tenía una plaza en su edificio, ventajas de ser su mejor amigo supongo.

Estaba más nervioso de lo que tendría que haber estado. Me sudaban las manos y eso que hacía un frío que agarrotaba hasta las puntas de las orejas.

Me planté enfrente de su puerta. Vivía en un segundo piso, un ático dúplex concretamente. A Guille le gustaba cuidarse, aunque casi nunca estaba en su piso. Siempre estaba conmigo, en alguna colaboración con alguna marca o por ahí con alguien. Más recientemente con Marcos. Inspire hondo intentando normalizar mi respiración. No sabía porque pero no podía parar de imaginarme a un Guille deprimido o hundido. En sudadera de tonos neutros con un aire apagado y sin una pizca de optimismo. Ese optimismo que tanto lo caracterizaba y su alegría tan particular que hasta a mí se me contagiaba.

Distintas CasualidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora