DIRECCIONES

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– ¿Por qué estás tan nervioso Carlo?

– Es tu familia deberías de estar contento por volver a verla, ¿no? –me pregunto Maria extrañada.

–Ya...,–resople secamente–, es más complicado de lo que parece Maria.

Me quedé mirando los tablones del parque que rodeaban la entrada de la casa, con la mandíbula apretada. Me daba miedo esa puerta, esa puerta de madera de color suave con el número cero en el medio. Tantos recuerdos de esa casa, tantos momentos vividos, tantos bonitos recuerdos y tantas malas experiencias.

Jugar con mi hermana a juegos de mesa, ver una película con ella o simplemente hacer el tonto con los peluches. Hablar con mi padre sobre la vida, sobre el futuro y su forma de ver la vida. Estresar a mi madre con los mil problemas que tenía, mil dudas sobre mi futuro, sobre mi camino para cumplirlos y sobre todo no parar de repetirle cuánto la quiera.

Mis padres eran maravillosos, eran los mejores, pero no podía negar mi enfado hacia ellos.

Todo mi cuerpo me decía que no entrara en esa casa, que no me enfrentara a ellos. Me daba miedo su respuesta, su reacción al verme. Llevaba un año sin hablar con ellos, al principio mi madre me llamaba continuamente, le contaba cómo me iba todo y que hacía con mi vida. Mi padre también quería saber cómo estaba y con mi hermana no paraba de hablar constantemente pero se podría decir que la distancia y el tiempo acabaron ganando la batalla. Poco a poco mi padre dejó de llamar, mi madre se preocupaba menos y la conversación con mi hermana era más tensa, no paraban de repetirme lo mismo a todas horas, intentaron llenarme la mente de ideas y de pensamientos negativos hacia Guille.

Mi familia estaba enfadada con la suya, solo querían que nosotros estuviéramos enfadados entre nosotros. Mi familia no quería ver a Guille ni en pintura aunque lo hubieran llegado a amar durante años. No querían que viviera con él ni querían que estuviera en Mallorca. Sentían que Guille les había arrebatado a su hijo pero no era así gracias a Guille era quién era, había logrado lo que había logrado, había conocido a la gente que había conocido y en gran parte había encontrado el amor gracias a él.

Echaba de menos a mi familia, la echaba muchísimo de menos, pero el miedo era mayor que que el anhelo.

Aparte la mirada y gire brevemente la cabeza de la puerta con la intención de irme de allí, correr hacia la primera parada bus que viera o coger el primer taxi qué pasará, pero detrás de mí estaba Maria. Ahí de pie mirándome con una sonrisa de oreja a oreja, estaba nerviosa. La brisa le movía ligeramente el pelo, sus ojos brillaban a causa del reflejo de los rayos del sol y su cuerpo desprendía una aura de felicidad entrelazada con nervios.

Aunque estaba nerviosa por conocer a mi familia estaba más nerviosa todavía a causa de mi extraño comportamiento.

Como de costumbre negué con la cabeza, sin darme cuenta, saqué las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta. Lo primero que vi al entrar fue ese pasillo innecesariamente largo y poco iluminado, ese cristal roto del abuelo en la pared y al fondo aquella puerta de madera antigua tallada a mano que daba al salón. La casa cobró vida una vez la puerta fue abierta, luces nuevas y brillantes eclipsaron mis ojos, cuadros caros y extravagantes iluminaron mi imaginación, paredes recién pintadas y un sofá nuevo de un color gris vivo, odiaba el color gris, pero eso no estaba mal del todo.

Lo primero que vi fue a mi padre recostado en el sofá, con una cerveza en su mano y el mando del televisor en la otra, estaba viendo alguna película cualquiera de Marvel. Mi madre estaba en la cocina, seguramente preparándose un batido, se escuchaba su música de fondo y mi hermana estaba encerrada en su cuarto, como de costumbre, viendo alguna película o jugando algún videojuego. Hacía un par de meses le había regalado la nueva PlayStation, cuando se la envíe y vi que estaba tan contenta e ilusionada no puedo negar que me entraron unas ganas de llorar enormes.

Distintas CasualidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora