EL BAILE

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Ya había soplado todas las velas de la tarta. Guille había tenido la brillante idea de poner las velas que tenían forma de palitos pequeños de todos los colores, diecinueve palitos más concretamente, en vez de los clásicos números rojos o blancos. Ya había pedido mi deseo, tenía fuertes esperanzas en que se me haría realidad. La gente había arrasado con la tarta, un poco más, y no puedo guardar el trozo que quería guardar. Estaba super contento, llevaba ya dos copitas encima, estaban todos mis amigos, era mi cumpleaños. Ya había abierto los regalos, no era una persona materialista, pero a quien no le gusta que le regalen cosas, sea lo que sea. Y si era ropa más que mejor. Maria aún no había llegado. La fiesta hacía rato que había empezado y ella no había dado señales de vida ni un simple mensaje ni nada. Una ola de melancolía me recorrió todo el cuerpo al ver que ella no aparecía. Así que hice lo único que podía hacer en ese momento para relajarme y no acabar con un micro infarto ni nada por el estilo. Salir a fumar.

Avise a Guille de que salía un rato a la terraza. La gente estaba contenta riendo, bebiendo y disfrutando de la vida. Estaban en mi sala de estar, con el televisor encendido y con el karaoke puesto. No eran profesionales, podría decirse, así que aproveche para descansar mis oídos. Mientras salía hacia la terraza pude percibir la aguda voz de Dani destrozando el micro con una versión, aun no me lo creo, de la Vaca Lola. También pude apreciar la voz de Aina abucheando. Vaya dos...

Era de noche ya, hacía demasiado frío. Tanto que sí soltaba el aliento este se condensaba al instante formando una pequeña nube en el aire. Me encantaba cuando pasaba. Me froté las manos para entrar en calor. Saqué mi mechero del bolsillo, rodeé el cigarro con la mano para evitar que el aire me fastidiara y lo encendí. Estaba apoyado de espaldas en el muro de mi terraza con la mirada fija en el cielo mientras trataba de buscar respuestas en el infinito de las estrellas.

Pasados unos diez minutos apareció Guille caminando hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja. Tambaleaba un poco.

– Pensé que ella vendría. –dije apenado mientras salía humo de mi boca.

– Ya yo también. –me dijo Guille, aunque llevara varias copas encima aún era capaz de empatizar con mi pena.

Nos quedamos callados un breve instante mientras los dos mirábamos las estrellas.

– ¿Qué tal va la cosa con Marcos? –pregunte cambiando de tema, sacando un tono más alegre.

– Bien muy bien. –no sonó convencido.

– ¿Y con Sara ? –no sé ni porque le pregunté por ella.

–Igual, pero... no es Marcos. –esta vez sí que sonó convencido.

– Joder, ¿no sabes qué hacer no?

– No

Ambos sabíamos que iba a hacer.

–Solo, no les hagas daño, a ninguno de los dos.

–Simplemente se claro con ellos.

–Tranqui sabes que soy buen tío. –me dijo sonriendo, de verdad lo pensaba.

– Lo se, lo se.

Guille me sonrió, apoyó su mano en mi hombro, apretó un poco y volvió a la fiesta.

–Todos somos buena gente Guille, pero el amor a veces te vuelve un capullo total. –dije mientras observaba cómo Guille volvía hacia la fiesta. Mientras la incertidumbre de la noche invadía el entorno y un escalofrío me recorría todo el cuerpo.

Había pasado un rato desde que Guille había vuelto a la fiesta. Me había sentado en uno de los pequeños sillones que tenía en la terraza, la gente suele tener hamacas o sillas corrientes. A mí en cambio me gustaba tener mis dos sillones pequeños de color negro con una pequeña mesa de color amarillo claro justo enfrente.

Distintas CasualidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora