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Sonreí amplio ante la vista del paisaje atardecido que enseñaba la ventana del autobús. También sonreía ante el ceño fruncido en el rostro de Jongin, el cual era el mismo desde que habíamos tomado el autobús.

Bien sabía de antemano que la idea de tomar un autobús solo para ir a la playa no era de especial agrado en Jongin, pero aún así necesitaba tener esa experiencia con él aunque sea una sola vez en la vida.

Un par de días habían pasado desde el funeral de su abuelo, por lo que sentía la necesidad de hacer algo para intentar cambiar su humor y, como nuestro viaje a la playa había quedado pendiente en alguna conversación que ya casi olvidaba, era la oportunidad perfecta para quitarlo también de su zona de confort y hacerle tomar un transporte público luego de... quizás nunca.

Con eso en mente, miré a Jongin a los ojos para poder captar su atención.

—¿Cuándo fue la última vez que viajaste en transporte público? —Indagué, recibiendo el ceño entre sus cejas con una ligera molestia a la cual ya me había acostumbrado cuando él hacía cosas que no le agradaban.

—Ni siquiera recuerdo haberme subido a uno.

—Lo supuse. 

—Me están picando las palmas de las manos. Esto está muy sucio —protestó ahora, apurándose en buscar en mi bolso para tener a mano el alcohol en gel.

—Ya, calla. Mira eso —señalé, tocando con mi dedo en la ventana repetidas veces así hacía caso. Un grupo de perros tironeaban de una rama de un lado al otro, por lo que era una escena divertida que nos detuvimos a ver mientras el autobús frenó por un semáforo—. Qué loco.

Jongin los observó sin ninguna emoción en su rostro, en cambio, giró su torso para poder reposar su cabeza en mi cuello.

—¿Tanto nos costaba usar el auto? —Se quejó despacio.

—Sí, nos costaba perdernos esta experiencia única entre los dos. Y quítate, tu cabello me pica el cuello.

A duras penas este se movió y apoyó esta vez la cabeza en el vidrio, pero acabó por apartarla rápidamente al notar seguramente que estaba sucio.

—¿Cuándo fue la última vez que visitaste la playa? —Cuestioné en un murmullo al ver la hora en mi teléfono.

—Hace dos años. Aquí en Busan, ni lo recuerdo.

—¿A dónde has ido?

—Al Caribe. Pero fue aburrido, mi madre se la pasó entretenida con su pareja y me dejaron ciertamente de lado la mayoría de las veces. No es precisamente divertido ir a la playa solo.

—Hombre, si yo iría al Caribe solo —mencioné divertido antes de largar algunas carcajadas—, sería amigo hasta de los peces con tal de ir. Pero, bueno, supongo que es entendible.

—Bebé, tú eres tú. Empatizas hasta con una ameba.

Fue entonces cuando me quedé callado y no respondí ante su comentario bobo. La simple idea de llamarme con ese apodo me había pisoteado mil veces contra el suelo, en el buen sentido. Mi estómago se había vuelto un revoltijo de emociones en menos de un segundo.

—La playa en Busan es helada —comentó de repente—. ¿Por qué te gusta eso? Además pronto irá a anochecer.

—Kim Jongin, ¿podrias dejar de criticar algo por solo cinco segundos?

—No.

—Estamos a horas de que ya casi sea navidad, haz que sea mi regalo el que no vuelvas a criticar cualquier cosa a la que quiera incitarte a probar. Al menos tienes que intentarlo antes.

Espuma, Canela y Sal / KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora