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Había despertado sobre una cama completamente dura. Esperaba ser optimista, solo tenía que estar allí durante 15 años y después tendría una nueva vida ¿cierto?

Pensaba que no sería tan difícil, acostumbrado a las peleas, pero aquel primer día fue más duro de lo que se imaginó. Despertó, la habitación era extremadamente pequeña, solo una cama, un baño y un lavamanos.

Todo completamente blanco.

Pensaba que tendría un compañero de celda, pensaba que podría salir al patio quizás a hacer nuevos amigos. Así que espero sentado con las piernas encogidas esperando pacientemente que la puerta se abriera para poder ir al patio.

No se podía escuchar absolutamente nada, no había ventanas por lo que su estado del tiempo empeoró. Sus piernas comenzaron a dormirse, donde tuvo que estirarse.

Y cuando menos lo notó tocaron la puerta de metal, por un momento pensó que se había vuelto sordo, se puso de pie lo más rápido que pudo esperando que alguien entrara pero la pequeña compuerta solo se abrió dejando allí una bandeja de comida.

Se acercó a ella despacio y con desconfianza notando solo un desayuno recurrente de huevos y arroz blanco, no sabía cuánto tiempo había estado allí pero la realidad era que tenía hambre.

Tomó la bandeja y comenzó a comer, era desabrido, no tenía gusto, el acostumbrado a la enorme cantidad de picante, pero su estómago tan solo pedía algo de comer.

Cuando terminó volvió a dejar la bandeja donde estaba y cuando menos lo pensó fue retirada, la puerta de metal pintada de blanco era tan impenetrable que no se podía ver más allá.

Intentó ver lo que había al otro lado pero la compuerta no se abría, quizás solo se podía por fuera.

Volvió a sentarse en la cama. Era espantoso no saber qué hora era. Le gustaría ver el cielo aunque sea por última vez.

Pensó en contar las comidas para saber cuánto tiempo había pasado porque allí no se podía saber que era hora.

Esperaba que la puerta de metal se abriera, así que esperó y esperó. Pero al final estaba perdiendo la paciencia, comenzó a contar las comidas, una, dos comidas, tres y cuatro, pero cuando llegó a 30 dejó de contar, incluso dejó de comer, pero supo que solo retiraban la comida sin más.

Solo dormía esperando morir, mirar esa puerta de metal y esperar a que se abriera solo le traía desesperanza.

¿Por qué hacían eso? ¿Por qué lo tenían allí? ¿no tenía derecho de hablar con alguien más?

Demasiado silencio, solo ese toque de la puerta que al final no significaba nada. Recostado sobre la cama sabía que su mente se deterioraba poco a poco. Miró sus manos, no había manera de poder mirarse a un espejo, pero tocó su cabello, estaba más largo, (eso creía) y era tan negro como la noche a pesar de la luz blanquecina que irradiaba toda la habitación.

Al menos aún se sabía los colores.

Miró su cuerpo, andaba con un pantalón y una camisa que se miraban totalmente blancas, mas unos tenis y calcetines desgastados que no recordaba que fueran suyos.

Todo ese tiempo que estuvo afuera conviviendo con los Jiang se le hacían tan lejano, como en otra vida, como que nunca hubiera ocurrido. Todos esos colores se habían esfumado, parecía ser un recuerdo en blanco y negro, ¿enserio eran recuerdos? ¿no era que se estaba volviendo loco? ¿estuvo libre alguna vez? ¿no estuvo siempre en esa celda?

Se tocaba la oreja de vez en cuando para saber si aun podía escuchar, porque no había ruido en ninguna parte, solo ese toque de la puerta de metal que le indicaban la hora de la comida.

Lista NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora