Capítulo 10: La fórmula para hacer feliz a alguien.

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—Pásame el azúcar.

—Lo tienes a diez centímetros de tu brazo, tómala tú.

—¡Que me des el azúcar, Khal!

—¡No, ahí lo tienes!

—¡Listo, no me caso, pediré el divorcio absoluto, contrataré a alguien para que llegue a mitad de la boda y diga "yo me opongo"!—le grité a Kyle en el desayuno.

Las cosas no iban bien, tal vez este idiota estaba considerando el matrimonio ahora que nos habíamos comprometido. Han pasado tres semanas desde su cumpleaños y nuestro compromiso, pero más allá de parecer una pareja feliz que tanto deseaba él, seguíamos pareciendo enemigos. Y de alguna manera eso me gustaba.

—Toma—me extendió el frasco de azúcar con la cabeza gacha y la voz cansada, esto de las peleas le estaba estresando, aunque para mí eran un respiro y una forma de desestresarme ante el trabajo que tenía a diario. Estábamos a la mitad de las vacaciones de la escuela, por lo que mi mamá quería que aprovechara mi tiempo al máximo y me pasaba todo el día en la oficina como asistente del secretario y en cualquier cosa que se llegara a ocupar. Los rumores sobre nuestro compromiso comenzaron a esparcirse y mis amigos reaccionaron con un "lo sabíamos" "era tan obvio"; "¿Qué era tan obvio imbéciles?" les respondí molesto ante una obviedad que no entendía. Ellos me contaron que ya los rumores se expandieron en las familias de nuestros compañeros de escuela y que varias chicas admiradoras de Kyle pensaban patearme el culo. Si por mi fuera les daría ese pendejo. Lástima que no puedo hacerlo.

—Eric, ¿me puedes acercar la miel?—me pidió Ike. La miel estaba más lejos que el azúcar, así que aproveché el momento y me levanté y la tomé para entregársela.

—¡¿Te paras por la miel y no por el azúcar?! —exclamó Kyle, su cuello iba acalorándose por la frustración y no paró de bufar hasta que terminamos de desayunar. Él también la estaba pasando mal en cuestiones de trabajo. Por alguna razón comenzó a hacer tiempo extra en el restaurante en el que trabajaba y como yo, se la pasaba todo el día fuera trabajando. Terminaba muy cansado y aún así se pasaba por la empresa para recogerme. Esto se nos hizo rutina. Aunque no hablábamos mucho, porque si lo hacíamos, terminaríamos en golpes.

Mamá desayunaba en la cama cuando se despertaba, Sheila comía en la cocina junto con Chef e Ike estaba a punto de regresarse a Canadá. Nuestros desayunos sin la presencia de los adultos eran un caos total.

Mamá bajó y se fue a la sala a esperar a que termináramos de desayunar para irnos a trabajar.

—Iré a lavarme los dientes, espérenme—nos avisó Kyle mientras corría escaleras arriba a su cuarto.

Yo decidí lavármelos en el baño de aquí abajo. Terminé y Kyle ya estaba en la entrada junto con mamá esperándome.
Miré de soslayo a Kyle, parecía que nunca fue a clases de etiqueta: la chaqueta la tenía en su brazo, la camisa afuera sin fajar y la corbata estaba mal anudada.

—Creo que los judíos no saben de etiqueta—dije para que se hiciera consciente de su desorganización en la vestimenta.

Me acerqué a él y comencé a anudar su corbata, al menos se vería un poco más presentable. Me pregunté que estaba pasando con él, andaba muy distraído últimamente.

—Tienes que pasarla por abajo, la pones por aquí y ya está, ¿Por qué parece que no sabes acomodarla?—mientras le arreglaba la corbata le dije esas palabras.


—Lo siento, he estado muy cansado estos días y no me siento al cien, no me di cuenta—dijo avergonzado dándose cuenta por fin de sus errores.

Cásate conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora