Paredes y paredes

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Sobre la mesilla de noche estaba una lámpara blanca, cuya luz nunca se había apagado, aquella energía que seguía fluyendo a través de la casa tan solo para prender aquella lámpara blanca.

Una luz que alumbraba con fuerza el techo de la habitación.

Llevaba años exactamente en aquel lugar, como todos los demás muebles no había visto cuando llegaron a casa, no había tenido que ir a escogerlos ni comprarlos, no decidir en qué lugar se verían mejor, tampoco se hacía cargo de su cuidado y limpieza. Estaban ahí como si lo hubieran estado toda la vida y del mismo modo parecían siempre en perfecto estado, siempre limpios y nuevos.

Siempre en su campo visual.

No estaba seguro de que le gustarán ni de que les odiará.

Sus padres se habían marchado a un viaje de negocios hace unos días pero no estaba pensando realmente en ello, de por si casi no los veía así que ¿Cuál era la diferencia? Aunque al despedirse siempre hacían el mismo circo para él no significaba nada desde hace tiempo.

En realidad siguió su rutina, siguió buscándose en su casa y en sí mismo porque se sentía tan lejano a todo, como un impostor.

Probablemente todos se sentían igual, tal vez sus padres tenían razón al decir que eran cosas de la edad, así que se dejaba llevar por lo que sentía porque era lo más real que tenía ahora

Y después seguro que todo iría mejor.

Los primeros días no le importo, los empleados lo llevaban a la escuela, le escogían su ropa, le servían la comida y le avisaban cuando todo estaba listo, él solo tenía que hacer la mayoría de sus deberes y perderse unas cuantas clases con sus compañeros.

Esperar el fin de semana.

Había empleados nuevos y aquello le causo curiosidad.

Fue más fácil conocer a la nueva ayudante de cocina Ayano, una mujer joven y bonita, risueña y energética, era obvio que estaba muy orgullosa de estar ahí, era muy atenta y amable.

En realidad todos eran en general amables con ellos, los habían visto crecer y muchas veces los trataban como niños, eso a veces le molestaba pero le causaba mucho más conflicto a su hermano mayor que estaba empeñado en ser tratado como un adulto, como sus padres.

Tetsuhiro se sentía un poco más libre y comprendido sin sus padres aunque en el fondo los extrañaba. No estaba seguro de que extrañaba.

Ayano se esmeró en aprender a cocinar las recetas favoritas de los señoritos, así que de inmediato se ganó la simpatía del menor, y por su energía también de sus compañeros.

Era como si siempre hubiera estado ahí.

La otra persona era un misterio, y es por eso que llamo más su atención.

Un hombre alto, rubio, con cabello largo y grandes anteojos. Su expresión no decía nada y durante el tiempo que Tetsuhiro se la paso en su rutina y conociendo a Ayano con su forma de cocinar.

El guardaespaldas era un espejismo, que se levantaba tan temprano como el amanecer, daba los buenos días y no decía ni una palabra más en el día, se iba a su habitación cuando ellos lo hacían y no salía en toda la noche.

Era como si no estuviera ahí.

Su labor era cuidarlos, vigilarlos y el método que eligió para ello fue estar de pie a su lado la mayor parte del día hasta que casi todos se olvidarán de su presencia.

Ni siquiera cuando todos estaban sentados él lo hacía, no formaba parte de las conversaciones que los demás empleados se esforzaban en tener con los jóvenes.

Misterio en sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora