CAPÍTULO 4: EL CASO DEL CABALLERO FANTASMA

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Pocos días después del incidente de Melanie, Amanda me comentó lo que había pasado con Raimundo: fue degradado, luego de que una comisión encargada de la alcaldía lo encontrara culpable de negligencia en el cumplimiento del deber por la muerte de los oficiales durante el caso de Axel, y por haber permitido que un sospechoso de un crimen cibernético tuviera acceso a una computadora. Sin embargo, lejos de ser expulsado, decidieron reasignarlo como agente de campo una vez más, gracias a su intachable expediente.

Mientras compartíamos una cerveza en un bar local, Raimundo nos aseguró a Amanda y a mí que estaba bien, y que más de diez años tras un escritorio lo estaban oxidando antes de tiempo, así que volver a las calles era un alivio.

Mi jefa lo felicitó y se bebió su cerveza de un trago, pidiendo otra ronda para nosotros. Obviamente, quien pagó la nueva ronda fui yo.

Raimundo nos dijo que sería nombrado un nuevo comisario, y que era alguien que Amanda conocía muy bien, pero no dijeron su nombre. Parecía alguien que le traía muy malos recuerdos a mi jefa, por lo que no volvió a mencionarlo.

Durante los días que siguieron en la Agencia, mientras reparaba los agujeros de bala en la oficina, recordé el beso que me había dado Melanie. No habíamos vuelto a hablar desde entonces, ya que el peso de su fama le impedía llevar una vida social tranquila, pero concluí que era mejor así.

No siento nada en particular por ella, salvo una gran admiración por su valentía.

Entonces Victoria vino a mi mente una vez más.

Ya habían pasado unos años desde que había abandonado la academia de policía. Victoria fue la que más lamentó mi decisión, y cortó toda comunicación conmigo. No volvimos a hablar desde ese día y en todo ese tiempo, sentí mi corazón destruido por su indiferencia. Ella no comprendía que había vivido un infierno gracias al director de la academia, y que por mi bien abandoné. Victoria, Javier y yo nos prometimos graduarnos juntos; yo fui el primero en romper la promesa.

Fue gracias a Javier, ya convertido en agente de policía, que supe de Amanda y su agencia. Un día lo encontré en mi último empleo como repartidor de comida de un restaurante local. Como él sabía que mi deseo era ser un detective como mi padre, me sugirió la idea de verla. Sabía de su existencia porque su novia vivía en el mismo edificio que mi actual jefa, así que encontrarla no había sido difícil.

El resto, es historia.

Sin embargo eso debe esperar, porque una invitación a una sofisticada fiesta de disfraces que recibimos un día, se convirtió en el preámbulo de uno de los casos más extraordinarios que he vivido.

—¡Apresúrate, Saltamontes! —me gritaba Amanda desde la oficina. Yo estaba en su habitación muerto de vergüenza mientras terminaba de ponerme el disfraz que ella había seleccionado—. ¡Ya casi es hora de que nos vengan a buscar!

—¡No quiero salir a ninguna fiesta! ¡Mucho menos con esto! —contesté, luego de haber terminado de vestirme.

—¡Si no vienes, te olvidas de tu salario del mes! —concluyó ella.

Exhalé un suspiro y salí de la habitación.

En cuanto abrí la puerta, Amanda me miró de arriba a abajo con una sonrisa traviesa.

—¡Estás guapísimo, Saltamontes! Vas a robarte las miradas de la fiesta.

Me sonrojé hasta las orejas al verme a mí mismo usando el disfraz: un elegante vestido rojo, con una falda que me cubría hasta medio muslo y un collar de joyas de fantasía que Amanda guardaba desde hacía años. También usaba unos incómodos zapatos de tacón alto que hacían juego con el vestido. Tuve que rasurarme las piernas para no parecer más ridículo de lo que ya estaba.

La Detective ImpertinenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora