CAPÍTULO 1: EL CASO DE LA HIJA DEL EMBAJADOR

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La primera impresión que me llevé, fue que la mansión era súper lujosa.

Era una enorme casa de ladrillos rojos, con un amplio jardín decorado con diversas estatuas, fuente interna, arreglos florales y árboles podados. Llamaba la atención la gran cantidad de hombres de traje negro con lentes de sol que andaban patrullando aquí y allá.

Porque aquella mansión no era cualquier cosa: era una embajada.

El automóvil con vidrios tintados que nos llevaba a mi jefa y a mí dobló la esquina, rumbo a allí.

Después de pasar por la garita de vigilancia, el chofer se detuvo en la entrada, permitiendo que nos apeáramos justo en la puerta.

Mi jefa se bajó primero del asiento trasero, vestida informalmente con ropa deportiva azul cielo y zapatos tenis de color blanco. Su cabello pelirrojo caía sobre sus hombros y su espalda, brillando a la luz del sol.

A pesar de lo joven que se ve aún hoy, ella es diez años mayor que yo. Creo que tiene treinta y cinco años, si mal no recuerdo, aunque me arrepentí de haberle preguntado luego de que por eso me diera un puñetazo en el estómago una vez.

Luego de estirar sus brazos se quedó mirando la casa, dejando salir un silbido de impresión antes de dirigirse a la entrada.

Yo me quedé mirándola mientras negaba con la cabeza.

Ella tiende a ser algo... particular con la ropa que usa para trabajar. Si decide verse de alguna forma, así sea como payaso de feria, lo hace y punto.

Todavía miraba la embajada cuando me perdí en mis pensamientos. Nuestros clientes, los representantes de la Embajada de Rusia, habían ido a nuestra Agencia de Detectives unas horas atrás. Nos propusieron un trabajo altamente secreto a cambio de mucho dinero, sin explicarnos mayores detalles. Mi jefa aceptó de inmediato, intrigada por semejante secretismo y sin pensar las consecuencias, algo muy típico de ella.

Ahora sabríamos de qué se trataba ese trabajo tan importante, y esperaba que mi jefa se comportara bien, o de lo contrario terminaríamos con todos los servicios suspendidos.

Teníamos demasiadas deudas acumuladas, y ella no me había pagado mi sueldo.

Ella me miró de reojo, lo que hizo que saliera de mis cavilaciones. Podía sentir como sus ojos azules penetraban mi alma, como si fuera un fierro caliente sobre una barra de mantequilla.

-¿Qué pasa? ¿No puedo estirar los brazos? -Hizo una mueca de disgusto hacia mí antes de darme la espalda y dirigirse a la puerta.

Me encogí de hombros y no le contesté para no desatar la ira de los dioses. Me limité a seguirla al interior de la embajada rusa.

¡La parte interior de la mansión era tan impresionante como el exterior! El recibidor estaba decorado con obras de arte, estatuas y muebles que a simple vista se veían obscenamente costosos. Todo el lugar derrochaba riqueza.

-¡Mira esto, Fernando! Estoy segura de que este jarrón vale muchísimo dinero.

-¡Amanda, deja eso! -exclamé mirándola con expresión de terror. Amanda, mi jefa, jugueteaba con un jarrón de color azul con detalles dorados como si se tratara de un juguete de plástico. Podía sentir el pánico atenazándome la garganta-. Si se rompe no lo podremos pagar ni ahorrando durante dos vidas juntos.

-¿Por quién me tomas? -me reclamó mientras colocaba el jarrón en su sitio y se sentaba en el sofá, montando sus pies en la mesa central.

Cubrí mi rostro con la mano mientras me sentaba en una butaca.

La Detective ImpertinenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora