Sin importar cuán fuerte clavara mis talones y tratara de detener el tiempo, pasaron tres semanas desde que habíamos enterrado a mi hermano. Tres semanas de estar acostado en su cama en nuestra habitación compartida, llorando en las sábanas que lentamente perdían su aroma a lavanda y salvia blanca.
En los días buenos bajaba las escaleras y me sentaba frente al fuego en nuestra cocina, mirando las llamas. Me imaginaba ardiendo. No como nuestros ancestros en la hoguera. Una brasa de ira se encendía lentamente dentro de mí, reduciendo a cenizas a la persona que solía ser.
A veces, mi rabia acumulada era el único indicio de que todavía estaba vivo.
Después del servicio de la cena de esta noche, Nonna seguía lanzándome miradas cautelosas, murmurando encantos de buena salud y bienestar mientras registraba nuestro grimorio familiar. Ella no entendía el odio con el que estaba siendo consumido. No veía cómo anhelaba venganza.
La venganza ahora era parte de mí, tan real y necesaria como mi corazón o mis pulmones. Durante el día era un hijo obediente, pero una vez que caía la noche, exploraba las calles, estimulado por una singular necesidad de corregir un terrible error. No había encontrado a nadie que conociera al misterioso extraño o reconociera su mortal cuchilla, y me preguntaba si simplemente no querían admitir nada por temor a represalias. Cada día que pasaba alimentaba mi creciente ira.
Ese hombre de cabello oscuro tenía las respuestas que necesitaba. Y estaba perdiendo la poca paciencia que tenía. Había empezado a rezarle a la diosa de la muerte y la furia, haciendo todo tipo de promesas si me ayudaba a encontrarlo.
Hasta ahora, a la diosa no le importaba.
—Buonasera, Nonna. —Dejé mi bolso de cuchillos en la encimera de la cocina de nuestra casa y me dejé caer en un taburete. Mis padres insistían en que pasara algunas horas en el restaurante todos los días. Solo pudimos permitirnos cerrar Mar & Vid durante una semana para estar de luto por Seok. Luego, nos gustara o no a cualquiera de nosotros, la vida se reanudó. Mi madre todavía lloraba tan a menudo como yo y mi padre no estaba mucho mejor. Pero fingían ser fuertes por mí. Si ellos podían intentarlo, lo mínimo que yo podía hacer era caminar penosamente hasta el restaurante y cortar algunas verduras antes de volver a hundirme en mi dolor.
—Jin, pásame la cera de abejas y los pétalos secos.
Encontré algunos cuadrados de cera y un pequeño ramo de flores secas en el aparador. Nonna estaba haciendo velas de hechizos y, a juzgar por los colores -blanco, dorado y violeta pálido- estaba trabajando con algunos hechizos diferentes. Algunos por clarividencia, algunos para suerte y algunos para paz.
Ninguno de nosotros había tenido mucha paz este mes. La policía relacionó el asesinato de mi hermano con los otros dos chicos. Al parecer, también les habían arrancado el corazón, pero no habían sospechosos ni pistas. Juraban que no era por falta de esfuerzo de su parte. Pero después de las reuniones iniciales dejaron de pasar por nuestra casa y restaurante. Dejaron de hacer preguntas. Morían mujeres y donceles jóvenes. La vida se reanudaba. Así era el mundo, al menos según los varones.
A nadie le importaba que Seok hubiera sido sacrificado como un animal. Algunos chismes más crueles incluso insinuaban que debió de merecerlo. De alguna manera lo había pedido por ser demasiado audaz, confiado o impío. Si solo hubiera sido un poco más tranquilo o más servil, podría haberse salvado. Como si alguien mereciera ser asesinado.
Mi familia casi pareció aliviada cuando la conversación cambió a nuevos escándalos. Querían estar de luto y desvanecerse en las sombras nuevamente, con la esperanza de escapar del escrutinio de los vecinos y la policía.
ESTÁS LEYENDO
Los Malditos - Kookjin
FanficTrilogía Los Malditos: Primer Libro. "No deben andar solos por las noches, o con los príncipes del Infierno se pueden topar y su alma robaran" El recuerdo de las palabras recitadas por su Nonna hizo eco en la mente de Seokjin. "Hay siete príncipes...