Prologo.

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La inquietud y la incertidumbre me acompañan en cada tramo del camino. Mi miedo es palpable. Me abrazo a mí misma, encogiéndome entre los dos escoltas cuando finalmente nos adentramos al puerto.

Todo es un caos.

La gente se mueve de un lado a otro en un alboroto sin fin, los guardias gritan agravios hacia los recién llegados desorientados. Algunos son reducidos a la fuerza, alimentando el pánico general y provocando el llanto de los pocos niños que son trasladados. Logro identificar a varios heridos de gravedad y por si no fuera suficiente, mi estómago se revuelve cuando veo como los trabajadores retiran de las embarcaciones los cuerpos inertes de los refugiados que no lo lograron. Durante mi breve periodo como regente, seguí de cerca los informes sobre las secuelas de la guerra entre los reinos vecinos, pero verlo es muy diferente a oírlo.

— ¿Cuándo nos detendremos? —mascullo con la voz ligeramente ronca. Estos hombres no me han dirigido la palabra desde que abandonamos el castillo.

—Pronto.

— ¿Y si me reconocen?

Intercambian una mirada.

—No se preocupe por eso—intenta tranquilizarme el pelirrojo, sujetando mi brazo para llevarme a un lado fuera de la vista. Su compañero lo sigue con un saco de aspecto sospechoso que dispara mi miedo—. Cierre los ojos, por favor.

Los miro temerosa cuando me rodean.

—¿Qué...? —mi voz se deforma en un débil chillido cuando, sin previo aviso, vierte el contenido del condenado saco sobre mi cabeza. Es una mezcla de tierra, lodo y otras porquerías que bajan desde mi cabello hasta mi torso—. ¿¡Qué demonios les pasa!?

—Lo sentimos—repiten al unísono, pero eso no detiene su ataque cuando el rubio coloca una mano sobre mi cabeza y comienza a agitarla.

—¡Ya basta! ¿Se volvieron locos? —manoteo para alejarlos.

—Eso es todo, señorita.

Incluso sin un espejo puedo saber que me veo como un espantapájaros.

—Era necesario para mezclarla con esta gente—se justifica, sacando algo de su abrigo—. Tome.

— ¿Qué...? ¿Qué es?

—Su identificación para abordar—explica—. Usted no puede hacerlo siendo... bueno, ya sabe.

Retrocedo mareada.

—... ¿Abordar?

Bueno, no vinimos al puerto para dar una caminata.

Pero en defensa de mi lento raciocinio, aún me siento atrapada en el recuerdo aturdidor de los guardias encerrándome y los doctores forzándome. Siento que todo lo que ha pasado desde ese momento, incluyendo mi intercambio con la ex reina, ha sucedido en un parpadeo.

Oír que estoy a punto de subir a un barco logra despertarme, el solo pensarlo me da náuseas y la implicación de que iré, en definitiva, muy lejos, aplaca toda emoción por la experiencia que en un pasado anhelé.

—No es cualquier barco, no tema—se apresura a calmar al ver mi pánico—. Su majestad la ha hecho pasar por una viuda rica, tendrá el mejor trato. Todos los tripulantes que la acompañaran son miembros de familias nobles o bien posicionadas, se debe pagar mucho y cumplir con varios requisitos para entrar.

—Pero si me veo como una pordiosera—exclamo incrédula. ¿Se supone qué estaré mezclada con gente en un estado similar al mío? Entonces veo difícil que sean tratados bien.

—Nobles o no, aún están escapando de una guerra y ya vienen de un viaje largo, este barco ha zarpado desde Dular y se detuvo en Rybelius para sustentarse, una vez dentro otros trabajadores contactados por la ex reina la guiarán e instruían para que continúe a salvo—explica atropelladamente—. ¿Esta lista?

No. De ninguna forma. Estoy aterrada.

Pero he tomado mi decisión y volver atrás no es una opción.

—Sí.

Coloca en mis manos varios papeles enganchados.

—Su nombre es Ellea Lugreth, hija de un caballero y viuda de un barón, nativa de Dular, refugiada en Galileo—declara, volviendo todo más real—. A partir de ahora, ya no tiene relación alguna con Rybelius o su realeza.


La redención del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora