Capítulo 24

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Leiren.

Parpadeo molesta cuando la luz golpea mi rostro, despertándome de la manera más irritante. Al intentar voltear, mi somnolencia se ve brutalmente atacada por un agudo dolor que invade el costado de mi cuerpo. Otro movimiento al costado de la cama me acompaña cuando jadeo en busca de aire, y lo siguiente que siento es una mano fría posándose en mi frente, apartando las mantas y ayudándome a sentarme.

—¿Duele?

Puedo ver la preocupación en los ojos de Atheus aunque me cuesta enfocarlo.

—Un poco—murmuro, sujetando mi vientre.

Soba mi espalda en consuelo y me percato solo entonces de la tercera presencia en la habitación: una criada que acomoda un carrito lleno de alimentos. Parece estar a la espera de otras instrucciones, pero sus ojos se clavan de forma fija en mi figura. Me muevo incómoda y Atheus vuelve a cubrirme, haciéndole un gesto brusco.

—Fuera—ordena, provocando que salga despavorida. Rodea mi cintura una vez que estamos a solas y me acomoda con cuidado sobre sus piernas—. Ven a aquí.

—¿Qué haces? —coloco mis manos sobre su pecho para establecer algo de espacio, pero todo lo que hace es traer el carrito y quitar el cloche, dejando ver un plato de pasta, salsa y carne. El estómago me gruñe con hambre, al mismo tiempo que el dolor en el mismo lugar crece—. No, no quiero.

—El doctor dijo que debes tener el estómago lleno si seguirás ingiriendo medicina—enrolla el tenedor en la pasta y lo trae a mi boca—. Vamos.

—Puedo hacerlo sola, ¿sabes? —frunzo el ceño, aceptando de todos modos.

Mastico con una mueca antes de tragar. Siento una mezcla de placer y asco. Mi apetito y gusto se han vuelto un desastre. Atheus coloca una servilleta en mis labios, irritándome por el trato excesivamente suave.

—¿Eso quieres?

—Dije que puedo, no que quiero—espeto, tomando otro bocado.

Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa.

—¿Tienes ganas de discutir, verdad?

—Sí—suspiro agobiada—. Me duele todo y no sé por qué estoy tan cansada, pero te culpo por ello.

Apoya el mentón sobre mi hombro y deja los cubiertos de lado, deslizando su mano por encima de mi vientre. No tiene sentido la facilidad con la que su tacto me alivia.

—Tengo mi parte de culpa en que te sientas así—admite con descaro.

Entorno los ojos. ¿Le divierte? Ya quisiera verlo a él lidiando con los síntomas del embarazo.

—¿Te causa gracia ahora que soportas tocarme?

Me mira curioso.

—A mí siempre me ha gustado tocarte.

—Es difícil creerlo con tu historial de desmayos.

Un casi imperceptible rosa tiñe sus mejillas.

—¿Nunca vas a olvidar eso? —protesta—. Ya te dije que fue un caso aislado, nada tuvo que ver con esa cosa.

—Lo que digas—pongo los ojos en blanco—. Pero ya no lo llames así.

—¿Cómo voy a decirle si no le pones un nombre? —me molesta.

—Ya te dije que no es fácil, menos cuando no me ayudas para nada.

—Rechazaste mi opinión sobre esos asuntos—recuerda resentido—. Según tú y Luca, estoy demasiado trastornado para decidir sobre la educación del niño.

La redención del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora