Capítulo 3

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Atheus.

El repiqueteo de mi pluma es todo lo que se escucha en la habitación, la respiración del hombre frente a mí se vuelve pesada cuando los minutos pasan y no digo nada, llegado el punto en que me pongo de pie, lo escucho tragar saliva y retroceder. Nadie mueve un dedo en su defensa, ni los guardias, ni mi consejero aguardando a mi espalda y mucho menos el resto de sujetos que serán condenados a su lado. Quiero romperle el cuello, pero debo contenerme al menos hasta que su asquerosa boca escupa lo que quiero.

—Majestad...

—Un mes—lo interrumpo—. Te di un mes para encontrar respuestas y esto es todo lo que me traes—arrojo el informe al suelo, un patético estudio de la escena donde fue vista por última vez.

Levanta las manos, su semblante se torna pálido.

— ¡Registré cada centímetro del reino! —alega—. ¡No hay rastros, nadie vio nada! Es como si la tierra se hubiera tragado sus cuerpos...

— ¡No quiero escuchar una excusa más! —bramo furioso, el escritorio cruje bajo mis puños.

Los médicos impostores que irrumpieron en la habitación desaparecieron de la faz de la tierra junto a ella. Lo único confirmado es que los cuerpos dejados en la escena fueron acomodados y lo más probable es que quien hizo esto los este protegiendo. Fueron los últimos en verla y encontrarlos es primordial, pero ninguno de los investigadores reunidos hasta ahora han sido capaces de dar con algo y la desesperación finalmente comienza a consumirme.

—Entienda, por favor. Hicimos todo lo posible para...

—No me interesa, no trajeron resultados y por si fuera poco, he perdido mi tiempo. Les advertí de las consecuencias que tendrían si fallaban antes de tomar el trabajo y aún así tienen la osadía de presentarse así.

El pánico ilumina sus ojos. Se abalanza sobre mí, aferrándose a mi ropa como un loco.

— ¡Usted nos presionó para aceptar, no tuvimos opción! —acusa.

Me lo saco de encima de un manotazo antes de que los guardias se acerquen, enviándolo directo al suelo.

— ¿Cómo te atreves? —siseo, haciendo un además a los otros ochos desgraciados que lo acompañan—. Todos serán ejecutados para mañana.

Se estremecen, reaccionando por primera vez desde que me presentaron el informe.

— ¡Majestad, no puede...!

— ¡Tenga piedad!

— ¡Sáquenlos de mi vista ahora! —ordeno iracundo.

Los arrastran hacia afuera, silenciando sus lamentos. Me paso una mano por el rostro, arrojando al suelo la pila de papeles y libros sobre el escritorio. Luca suspira con paciencia mientras yo camino sin rumbo por alrededor.

—No puedes seguir haciendo esto—dice en tono cansado.

— ¿De qué estás hablando? —increpo irritado, tomando asiento para intentar calmarme. Hay notas de estudio pegadas por todo el escritorio, sus cosas están por todos lados, rastros de todo el trabajo que hizo cuando le dejé sola. He usurpado su oficina desde el primer día de su ausencia, desesperado por aferrarme a cualquier huella—. Los quiero colgados antes del amanecer.

—Es el quinto hombre que matas—recuerda entre dientes—, esta semana.

—No veo tu punto.

—Es martes.

Le dirijo una mirada indiferente.

— ¿Eso es un impedimento para mí?

—Los nobles están comenzando a inquietarse por las acciones cuestionables que cometes últimamente.

La redención del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora