Capítulo 26

5.6K 587 179
                                    



Atheus.

La reunión con el consejo y los miembros del templo resulta tan productiva como podría haber esperado. Mi mirada vaga por la sala de conferencias abarrotada de hombres, tanto aliados como enemigos camuflados que esperan ansiosos el veredicto retrasado convenientemente. Continúo escuchando hasta el hartazgo los argumentos del Duque Fanlot y sus cobardes simpatizantes en la defensa de mi madre.

El asunto se ha vuelto sencillo y complejo en partes iguales: mi tío anticipó la negativa que recibiría de mi parte por piedad a su hermana, y a sabiendas de que la caída de su cabeza arrastraría consigo el prestigio de su familia como sus principales aliados, movió cartas desesperadas que me han acorralado.

Lo que suceda con la cabeza de esa perra podría convertirse en un asunto internacional a partir de mañana si no lo solucionamos pronto. Temo que incluso entonces sea demasiado tarde. Como si no tuviera suficiente con los tratos dudosos que he establecido en el extranjero, ahora se derrama una mancha más sobre las habladurías en mi reinado.

—... Y es por eso que recurrimos a su excelencia para que intervenga a favor de la justicia—culmina el discurso, envalentonado por mi silencio—. Ya que el lugar de donde debería venir nos ha fallado.

La espina no se esconde en el final de la oración y una vez más obtengo miradas a la espera de una reacción. No tiene el placer aún. Sigo saboreando el vino servido en busca del control suficiente para no cruzar el salón y estamparle la cara contra la mesa.

—Aunque su planteo es comprensible...—toma la palabra uno de los concejales ante el silencio incómodo que se extiende—No hay motivos de suficiente peso para que se solicite nuestra intervención. Es una falta a nuestro rey presente.

Parece ofendido con la negativa.

—¿No hay motivos de peso? ¿Podría decirme entonces dónde se encuentra la reina? Porque dudo que alguien más que su majestad y sus allegados lo sepan

—La ubicación de mi madre es de común conocimiento para quienes debe serlo. No esperará que tal información se divulgue a extraños.

—¿Extraños? ¡Somos familia!

Su osadía hace que mi tolerancia se tambalee, pero me limito a sonreír con la mandíbula apretada mientras me recuerdo que debo actuar con cautela. Lo que se avecina lo amerita.

—Y como familia, debe ser consciente que sus privilegios peligran frente a las acusaciones de traición que ensucian su apellido.

—¿Es eso una amenaza?

—Yo no tengo necesidad de amenazar, mi palabra basta para terminar este absurdo aquí y ahora. Haría bien en recordarlo.

Lo cual es cierto y aunque me encantaría hacerlo, no me arriesgaré a iniciar tal revuelo despertando la ira de enemigos ocultos cuando la incertidumbre abunda a la espera de mi heredero. La conciliación con el disturbio de mi madre será solucionado con paz, o en su defecto, silencio.

—No insulte mi inteligencia, majestad. Todos aquí saben sobre su animosidad a la reina madre y sus deseos por eliminarla.

—Sus acusaciones sin fundamento son las que insultan su inteligencia... ¿O acaso tiene algo que evidencie mi intención de dañarla? —cuestiono en tono indiferente. Por supuesto que envié una orden formal para decapitarla. Y aunque es un paso audaz de mi parte negarlo, una mirada al sacerdote que suda asustado me garantiza que, si sabe lo que le conviene, no abrirá la boca. Mi tío guarda silencio, apretando los dientes con frustración—. Eso pensé. Dejaré pasar esta ofensa en comprensión al duro golpe que resultó ser la revelación de los pecados de su protegida, pero será la última vez.

La redención del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora