Capítulo 10

7.3K 669 234
                                    



Leiren.

No puede estar pasando. Debo haberme vuelto loca. El rey de Galileo reiteró muchas veces que preferiría estar muerto antes que permitir el acceso de Rybelius a su reino. Creí estar a salvo, creí que era imposible que dichos lazos se efectuaran y volviera a verlo otra vez. Creí que era el fin, pero...

Está aquí, de pie frente a mí en la construcción perteneciente al tercer príncipe. Aún aturdida soy capaz de hacer la conexión entre el comportamiento extraño de Janik y su aparición. Ese maldito inútil actuó a espaldas de su padre, fue contra su voluntad y arruinó mi plan. Maldito sea él y sus estupideces pacifistas.

No puedo romper el contacto visual. Estoy boquiabierta, agitada ante el simple impacto de su figura. Su estado no dista mucho del mío, me mira como si fuera un espectro a punto de desvanecerme.

La realidad me golpea. Está aquí, mirándome, reconociéndome, sus nudillos se vuelven pálidos sobre la baranda y una especie de ilusión le ilumina el rostro.

El pánico me cierra el pecho con la suficiente fuerza para asesinar cualquier anhelo. Y sí, lo admito porque aún después de todo este tiempo es capaz de causar tal revuelo en mi cuerpo, de alterar mis sentidos sin esfuerzo. No lo he olvidado, no podría hacerlo. Pero de la misma forma en que el amor que alguna vez le tuve prevalece en destrozos dispersos, su traición y abandono son otra marca imborrable. Regreso al castillo, a Rybelius, a esa noche donde sentí que la oscuridad y la soledad me tragarían viva después de que me diera la espalda mientras le suplicaba que no me dejara.

Me siento mareada y enferma. Revivir lo que me he esmerado en enterrar duele más de lo que me gustaría admitir.

El encierro, los soldados y médicos, la voz de su madre destrozando mis esperanzas mientras la situación me acorralaba y forzaba a tomar una decisión que aún al día de hoy me pesa y supera.

«Atheus nunca va a aceptarlo». «No tendrá un lugar en este reino y no habrá un día en su vida donde no corra peligro». «¿Quién va a respaldarlo? No puedes protegerlo». «Vete donde no puedan encontrarlo».

Pero es tarde, porque está aquí y ya no tengo fuerzas para seguir corriendo.

La incoherencia domina mi cabeza y es el reflejo de mi mano viajando protectoramente a mi vientre lo que me hace recordar el motivo de todo. Mi bebé. No importa si estoy cansada, enojada y asustada. Llegué hasta aquí para cuidarlo y no voy a retroceder ahora, no sin intentar protegerlo hasta el último momento.

No puedo pensar en otra razón para que esté aquí y eso me llena de odio. ¿No podía solo dejarme? ¿Dar por muerto a nuestro hijo y fingir que nunca existí en su vida? ¿Tanto es su afán por arruinar la mía?

Recojo el dobladillo de mi vestido y volteo, escapando del inevitable encuentro mientras mis pensamientos corren a mil por segundo. Me ha encontrado y he fallado. El razonamiento me dice que ya no tiene objeto seguir huyendo, pero el impulso me lleva a seguir, rogando que un milagro sea capaz de alejarnos. Tengo que irme, debo ocultarme.

—¡Leiren!

Su voz es la segunda cosa que me sacude el mundo. Me asusta que me encuentre, pero me asusta más que mi corazón siga calentándose al oírlo. Doblo en el primer pasillo que encuentro, precipitándome hacia las escaleras cuando un agarre firme y fuerte me devuelve hacia atrás. Me gira y se vuelve más real, su rostro, su calor, su altura y aroma. Todo me aplasta y desarma. La mano que rodea mi muñeca hace que mi piel arda y su aliento frío se mezcla con el mío cuando acerca su rostro, como si aún no pudiera asegurarse de que soy real.

La redención del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora