❂ capítulo treinta y cinco ❂

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Continuación inmediata del capítulo treinta y tres.




JAEKHAR




—¿Qué? —preguntó Zeerah con los ojos brillantes—. ¿De qué está hablando?

—Esta magia es demasiado antigua —dijo Misah dado un paso lejos, pero sin apartar la mirada de la marca en la muñeca de la joven bruja—. Empezó a olvidarse cuando el pueblo de Nivhas estaba en su mejor momento y las brujas estaban a gusto con la prosperidad de la tierra. Hechizos como estos se perdieron en viejos textos, solo una historiadora podría haber sabido sobre ellos si hubiera dedicado su vida a su trabajo.

Pero ese tipo de información habían sido de las principales cosas que perecieron tras la caída de Gindar. Jaekhar había visto los pocos libros que Zeerah había salvado de los niveles más bajos de la biblioteca, tratando de aferrarse a los orígenes de un poder que estaba marchitándose junto a su tierra.

—Estas marcas sobre la piel —dijo Misah, alzando la mirada hacia el príncipe—, son la prueba más sagrada de la existencia de los Dioses, y se remonta al tiempo en que sus hijos rondaban por estas tierras. Mucho antes de que existiera la magia que conocemos ahora. El pueblo Fae usaba estas marcas para contar sus historias y evocar su poder. Cuando aquella raza desapareció, las marcas lo hicieron también, pero todavía suelen encontrarse destellos de esa magia. Estos deben ser los últimos vestigios.

Jaekhar vio a Zeerah analizar su muñeca de nuevo, viendo la marca como si fuera la primera vez. Y él, aún a sus espaldas, aprovechó para darle un vistazo. No solo a su muñeca, sino a todo lo que la conformaba; desde los rizos oscuros en su cabeza, el puente de su nariz cicatrizada, la pose de sus hombros, la delicadeza de sus manos y la parte más estrecha de su cintura, en la que el vestido caía a sus costados en forma de cascada, como si estuviera hecho de tinta.

Pero sus ojos regresaron a la marca; parecía un círculo de tinta blanca con los bordes difusos. Jaekhar la había percibido antes, pero siempre había algo más interesante en lo que enfocar su atención. Pero ahora, completamente a la vista, iluminada por la tenue luz del fuego en la chimenea, el príncipe admiraba la marca con un interés renovado.

Y como si Zeerah pudiera leerle el pensamiento, preguntó:

—¿Sabe qué es lo que oculta? —la chica extendió su muñeca ante Misah, mostrando una curiosa expresión que estaba atrapada entre la audacia y el terror. Jaekhar no podía apartar la mirada.

Misah se quedó pensante durante unos segundos antes de responder:

—Un eclipse hace referencia a cuando algo interfiere la luz de la luna o del sol —la bruja alzó su mano y junto a ella se pintó en el aire una imagen del cielo al medio día, el astro rey ardiendo justo en el centro. Del mismo aire, se formó una esfera oscura que se atravesó, apagando su brillo. La imagen conjurada de la magia se extinguió tan pronto como apareció ante ellos—. Pero... Tal vez se trate de una metáfora. En la historia de los Dioses, siempre se ha hablado de una dualidad; la muerte y la vida, la oscuridad y la luz...

—Lukya —musitó Jaekhar de forma inconsciente. Por la forma en que la mirada de ambas brujas se posó sobre él, supo que lo había dicho en voz alta. Levantó el mentón, aclarándose—. Es nuestra fe, el Dios de la Luz. En Goré, todos los templos se alzan en su nombre.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora