❂ capítulo diez ❂

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JAEKHAR



Cuando era un niño, papá solía contarle historias antes de dormir.

Padre leía mucho, disfrutaba estar rodeado de libros, de tener todas las respuestas a la preguntas de un pequeño niño de cabello blanco que nunca dejaba de tener curiosidad.

Jaekhar había sido metal, alas y fuego; había empezado a entrenar desde pequeño y montó en su dragón tan pronto como Riskhar pudo alzarse en el aire con él. Nunca le diría que no a una nueva aventura y, junto a Sander, se lanzarían al cielo sin ninguna especie de remordimiento.

Pero cuando volvía de sus aventuras, cuando era castigado por ellas, incluso cuando Frareh estaba demasiado ocupado para pasar el tiempo con él, Jaekhar terminaba regresando con papá; avanzaría de vuelta a donde se sentaba frente a un escritorio rebosante de libros, mapas y cartas, todo meticulosamente ordenado, el sello del dragón reposando en silencio esperando para ser usado.

Su padre murmuraba un "¿Haz terminado tus deberes ya?" incluso cuando Jaekhar se había estado acercando con sigilo. Nunca lo habría podido engañar, nunca le habría podido mentir... nunca lo habría querido así, de todas formas. Se acercaría y se recargaría en el hombro de su padre y preguntaría "¿Qué haces?". Papá olvidaría su enojo, su castigo y sus propios deberes, le dedicaría todo su tiempo a Jaekhar, a su primogénito, le contaría todas esas historias: las viejas y las nuevas, las que nunca antes se contaron y las que jamás se hablarían de nuevo. Él escucharía y aprendería.

Papá le había contado que en Nivhas, la magia había nacido de la tierra, que todo el territorio había sido bendecidas por el señor y el poder había sido otorgado a sus fieles seguidoras; brujas, manipuladoras de la magia blanca. Esta se había manifestado en tantas formas, desde la hechicería, hasta el manejo de los elementos. Brujas que podían llamar a la luz y... algunas que controlaban la mente. Ese último tipo de bruja, lo conocía muy bien.

Había hablado con una, había sido raptado por una.

Luego ella había incendiado su castillo y había intentado matar a sus padres, a los de Sander también; había dejado una grieta en el reino que tomó años en reparar. Y entonces... ahí estaba él. En Nivhas, doce años más tarde, con una pesada capa a los hombros, la ropa húmeda y el cabello hecho una maraña en su cabeza. Montaba a su caballo a través de una mueca. Era... molesto. Muy distinto de montar un dragón; pues claro que había una notable diferencia en moverse con ligereza entre las nubes a golpear con el suelo constantemente contra ese saco de músculo que relinchaba a cada dos por tres. No era lo mismo. Riskhar podría tener escamas y respirar fuego, pero ese caballo era una criatura del demonio y lo había intentado tirar en más de una ocasión.

Tal vez habría sentido pena por Daerys de no haber estado jodidamente furioso con él; sabía lo mucho que su pequeño hermano odiaba a esos animales, pero era demasiado elegante como para admitirlo, ni siquiera hablar de mostrarlo en su rostro. Él más joven de los tres había mostrado solo a través de sus ojos una mirada cargada de pánico mientras cabalgaba sentado frente a Sander, quién manejaba el caballo con experiencia.

Sus padres habían elegido una vida muy alejada de los tronos de oro y dragones cuando él creció. Se habían mudado a unas tierras al norte de Dragonscale, a una finca bastante tranquila a mitad de un bosque. Un sitio rodeado de árboles, hierba y flores silvestres; solían ir cada verano, a montar a caballo, a cazar en el bosque, pescar en el río, hacerse amigos de los mapaches... Era una vida muy distinta a lo que les esperaba de vuelta en el castillo.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora